Quien no sepa ver que en la sexualización como moneda de cambio hay una interpretación objetal de la mujer, es que está ciego.
Esta frase me la podrían haber dicho a mí como a otras tropocientas mujeres que alguna vez hayan trabajado en algún departamento de ventas: “Hola guapa, grábate bien a fuego que si quieres firmar contratos jugosos debes bajarte el escote y acortarte la falda”. Claro está; ante tan sensatas recomendaciones laborales la mujer cree que tiene dos opciones: tragar y pasar por el aro para que el dinero empiece a fluir, o rechazar la propuesta y ser la persona más desafortunada del mundo. Sin embargo, la única y verdadera opción es recoger tu dignidad y marcharte a otra parte. Y mientras tanto, no ceder ante tamaño despropósito porque cuánta razón tenías, Señor, no saben lo que hacen. Pero a la vista del paso del tiempo una ya se desespera porque, a ver si aprenden de una vez.
Respiraríamos aliviados si consiguiéramos salir del asombro y dejáramos de observar con terror en manos de quién estamos. No contentos con ver la insatisfacción reflejada en el carro de la compra de la Secretaria de Estado de Igualdad, tenemos que aguantar críticas y reflexiones que son realmente un peligro social: «Es escandaloso ese 75% de niñas y jóvenes en nuestro país que dicen: ‘prefiero la penetración antes que la autoestimulación’” espetaba Rodríguez Pam durante un charla. Lo que es escandaloso es que se hable de niñas, ¡niñas!, y su deseo sexual. ¿Hasta dónde va a llegar esta locura? Porque si ya tuvimos las tripas revueltas con la ida por dos veces de Montero sobre las relaciones sexuales consentidas de “todes les niñes” con quienes quisieran, ahora llega que las niñas prefieren no sé qué de relaciones sexuales. La adicción al sexo por parte de nuestros gobernantes es absolutamente preocupante. Y más aún que sigamos permitiendo que aleccionen a los niños en estos temas, sexualizando la etapa más bonita, inocente y fundamental de la vida humana.
Lanzaba RTVE por el 8-M una herramienta para conocer el grado de machismo que había durante tu adolescencia. He de reconocer que me parece muy útil y buena para todas esas personas que no encontraron en su familia un tope a la toxicidad que ha supuesto la revolución sexual. Porque quien no sepa ver que en la sexualización como moneda de cambio hay una interpretación objetal de la mujer, es que está ciego. Por eso, es un error seguir insistiendo en hablar tanto de sexo, que lo poco huele, y lo mucho apesta.
Ahora veamos qué otro feminismo nos gobierna. A cuál peor. Estaba en casa, con los suyos y muy a gusto. Le habían llovido los “guapo” y los “te quiero” desde la puerta hasta el atril. Le habían comido a besos, aplausos y halagos. Más hinchado que un globo nuevo. Y así, de pronto, va y anuncia que el Consejo de Ministros aprobará de forma inminente una ley de paridad que obligue a las empresas a contar con como mínimo un 40 por ciento de mujeres en puestos de decisión. Lo anuncia en acto electoral, pero que no te líen. Es una orden europea. Ese ente supranacional que mueve los hilos y pretende acabar con nuestra identidad. Con la forma de pensar que revolucionó el mundo. Con esos pilares que fundamenta toda civilización, y con el pensamiento basado en el análisis de la naturaleza, de la vida y del sentido común aplicado a la búsqueda del bien.
Por tanto, esta parida de la ley de paridad no es iniciativa propia sino imposición de Bruselas. Porque, ¿cómo sino el único gran presidente de España que será recordado por lo siglos de los siglos tendría en su gabinete tan solo una mujer y ocho hombres? Aunque claro, igual con esa otra ley en la que si mañana Pepe se siente Pepa, ya lo tenemos todo resuelto.
Contestaba al tuit de amado líder con el anuncio de dicha ley, que no dichosa, una usuaria con tanto tino como sentido común: Define mujer.
La mujer es fuerza y sensibilidad, hogar e independencia, tormenta y calma, locura y sensatez. La mujer es un torbellino capaz de albergar y formar vida, y no necesariamente en su vientre.
Pero ya no hay definición que valga. Porque quieren que seamos nosotras las que nos autodestruyamos como los mensajes cifrados de los espías de las películas de acción. La clave está en devolver a la mujer el lugar que le pertenece. Pero ese lugar no va de cuotas, ni de anuncios, ni de pancartas o pechos al aire. La mujer es fuerza y sensibilidad, hogar e independencia, tormenta y calma, locura y sensatez. La mujer es un torbellino capaz de albergar y formar vida, y no necesariamente en su vientre. Pero siempre y cuando cuente con la ayuda del otro. La mujer es con el hombre como el hombre es con la mujer. Sin remordimientos, culpas ni reproches. Y sin porcentajes que calcular, que como decía el hijo de un buen amigo: “Matemáticas, estoy harto de tener que solucionar tus problemas”.
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