El sabio Séneca dijo: “a menudo sufrimos más en nuestra imaginación que en la realidad”. Santa Teresa de Jesús hablaba de la imaginación cual “la loca de la casa”. Kant afirmó: “la felicidad no es un ideal de la razón sino de la imaginación”.
Todos dejan en evidencia así, el rol fundamental que tiene la imaginación a la hora de facilitar o condicionar nuestro caminar y la necesidad de adiestrarla por cuanto, en ocasiones, se torna salvaje. Ello nos interpela a sujetarla con riendas firmes para que no se desboque y en cambio, poder convertirla en herramienta creativa. Canalizarla constituye, pues, una exquisita labor artesanal sino nos podemos perder en una selva sin senderos que no nos deje ver el horizonte, desear lo que no nos conviene, ambicionar lo desmedido, naufragar en la “irrealidad” y dejar de vivir la propia vida.
Cuando la “irrealidad” se torna vívida realidad, omnipresente, nos podemos extraviar en laberintos, alejarnos de los desafíos que se nos presentan en la cotidianeidad. Los sueños pueden implicar una gran motivación, siempre y cuando no dejen de atender la realidad misma y constituyan medios para llevarla mejor. Encausar los bríos de la imaginación hacia sueños y proyectos que nos edifiquen, hacia el arte o tareas que nos den vida, puede incidir de manera contundente en nuestra calidad de vida.
Viene al caso un ejemplo ilustrativo de lo antedicho. El premio nobel John Nash, que padecía un trastorno bipolar -según una corriente psiquiátrica- y esquizofrenia paranoide -según otra-, logró timonear su mente, siendo que se le presentaba más real que la realidad misma. Al final de la película “Una mente maravillosa” -protagonizada por Russell Crowe en el papel de John Nash-, cuando un señor lo va a buscar a la Universidad para comunicarle que se lo estaba considerando para el premio nobel y quería saber si estaba en condiciones de recibirlo sin efectuar ningún acto inesperado, él le contestó que no sabía, que a pesar de estar tomando las últimas medicaciones, seguía viendo cosas que no existían. John elegía no admitirlas, cual una dieta mental optaba por no satisfacer ciertos apetitos como su deseo de buscar patrones o de imaginar de una manera dañina para él y los demás.
Nash no sólo descubrió una premiada teoría del equilibrio que se había convertido en piedra angular de la economía en esos años sino además, logró ser él, al gobernar su mente, una obra de arte viva. Claramente pudo hacerlo merced a una actitud de humildad y a como él mismo expresó en la ceremonia de los premios, posando la mirada en su esposa: “al descubrimiento más grande de mi carrera, el más importante de mi vida entera… es sólo en las misteriosas ecuaciones del amor que existe una razón verdadera, sólo estoy aquí por ti esta noche…”.
Estas dos últimas escenas de la película verdaderamente conmueven, nos muestran a un ser humano embellecido por un enorme sufrimiento que lo llevó a finalmente aceptarse, a ser agradecido, a valorar lo más importante: el amor. ¿Acaso hay galardón más plausible que el trabajar sobre uno mismo? Canalizó su inteligencia hacia el auto análisis, a conocerse para emprender la aceptación, ser responsable de sí mismo y así poder luchar. Sin duda, semejante tarea implica un premio para los demás y para sí mismo.
Este caso nos motiva a todos, no sólo a quienes sufren trastornos mentales sino a todos aquellos que se ven instados por cualquier desafío a dominar su imaginación, su mente, su voluntad, por la razón que sea. Nos invita a dejar de ser víctimas, a aceptar lo que nos toca, a seguir, a levantarnos, a renunciar, a esculpir la voluntad y a hacer de una mente rebelde, un corazón brillante.
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