El haiku es una de las formas líricas más breves. Al ser una poesía de tan solo 17 sílabas repartidas en tres versos con cinco, siete y otra vez cinco sílabas, nos invita a cerrar los ojos para concentrarnos en las escenas e ideas que expone de forma tan concisa, sintética y completa. Así, resulta más fácil fundirse con la naturaleza o retener esa «visión instantánea» convertida en un «chispazo» a la que alude Benedetti en su libro ‘Rincón de Haikus’.
Esta poesía breve nace en Japón en el siglo XVII como evolución del hokku, primera parte del tanka o patrón de composición de un tipo de poema de tono culto y más extenso llamado renga. Cuando el hokku se empieza a utilizar como unidad independiente, comienza a denominarse haiku. Alcanzará su época dorada en ese país en los siglos XVII y XVIII y se extenderá a occidente a finales del siglo XIX gracias a la apertura que impulsó la época Meiji de la historia japonesa (1868-1912). Japón se abre entonces al influjo occidental y en Occidente siente la fascinación por ese país hasta entonces cerrado y desconocido.
El haiku tradicional: más allá de una forma simple de poesía
«Haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento», escribió Matsuo Bashō, el primer gran haijin o escritor de este tipo de poemas. Este primer maestro del siglo XVII integró la filosofía Zen en el género del renga que se había popularizado entonces como poesía coloquial y satírica; su intención fue buscar lo elevado en lo bajo y cotidiano.
El arte de Bashō es insistir solamente en el momento presente, referirse a una situación única y aludir indirectamente a un objeto de la naturaleza como una estación del año o los fenómenos relacionados con ella. Con la repetición de estos temas se plasma la monotonía y el tedio de la existencia que repite el ciclo hasta el infinito. El hecho de las 17 silabas se puedan leer sin pausa tiene una gran simbología: el haiku refleja la medida de la respiración y, por eso, la totalidad de la existencia. 2
Para el creador del haiku, este tipo de poesía no tiene por objetivo la concentración en ninguna idea, sentimiento o símbolo, sino una concentración silenciosa regulada simplemente por el ritmo respiratorio, que genera una actitud receptiva.
Por ello, la poesía breve de Bashō es una forma de contemplación, no de reflexión; no busca encontrar un significado racional de la realidad o conceptualizarla, ni expresar deducciones, sino expresarla y fundirse en ella por medio de la meditación. Esta forma lírica huye del estereotipo, la fantasía, la metáfora o la abstracción. Es, pues, un símbolo de una visión intuitiva de la realidad.
«El haiku es un símbolo de una visión intuitiva de la realidad»
Pero aún hay que añadir otros elementos claves al haiku tradicional:
- La contraposición de dos imágenes o ideas para reflejar que zonas separadas y contradictorias del ser, de improviso, pueden llegar a una unidad y armonía.
- El kigo o palabra(s) de estación, que alude a un momento concreto de alguna de las cuatro estaciones o al periodo de Año Nuevo, muy singular para Japón.
- El kireji o palabra(s) que en japonés provoca explícitamente un corte gramatical y de contenido (no tiene un equivalente directo en otros idiomas). Se suele colocar en el extremo de uno de los tres versos: si es al final, se atrae al lector de nuevo al principio, iniciando un patrón circular; y si es en el centro del poema, tiene una función paradójica de corte y de unión al comparar implícitamente los dos elementos separados.
Qué bien se aprecian estas reglas en este haiku de Matsuo Bashō:
Noche sin luna.
La tempestad estruja
los viejos cedros.
(Haiku de Matsuo Bashō)
En el siglo XVIII los grandes haijines son Yosa Busón e Issa Kobayashi. El primero, pintor de acuarela japonesa, crea poemas esteticistas en los que refleja la belleza sensible del mundo. Kobayashi añade sensibilidad y emoción a sus haikus, generalmente protagonizados por pequeños animales.
En el siglo XIX el último gran maestro del haiku tradicional es Shiki Masaoka, que lo reivindica desde el aspecto meramente formal frente a la nueva poesía que comenzaba a componerse, llamada shintaishi.
La tradición del haiku integrada en la poesía breve de la literatura de Occidente
Además de las traducciones de haikus a las lenguas francesa e inglesa que fomentó la apertura de la época Meiji, la fascinación por crear poemas utilizando esta forma lírica japonesa atrapa a diversos escritores occidentales.
Así, en la primera década del siglo XX, los imagistas ingleses y americanos como Ezra Pound, Thomas E. Hulme, Richard Aldington y F. S. Flint encuentran en la forma concisa y visual del haiku, la fórmula que buscaban para conseguir un modelo poético muy depurado. En Francia, los primeros poetas en utilizar la lírica japonesa son los surrealistas como Apollinaire o Paul Éluard y el conservador Paul Claudel.
El poeta mexicano José Juan Tablada es el que introduce el haiku en la literatura en español. Su colección de poemas titulada ‘Un día…’ es la primera obra hispánica compuesta por este tipo de «poema sintético». Se publicó en 1919 y extendió su influencia de manera casi inmediata a la poesía latinoamericana: Jorge Carrera Andrade, Leopoldo Lugones o Álvaro Yunque son algunos de los pioneros más conocidos. Esta poesía llega con cierto retraso a España, a través de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Gómez de la Serna o Juan José Domenchina, entre otros.
Estos poetas recogen la tradición japonesa aunque la adaptan de diversas maneras. Tablada, por ejemplo, al igual que otros escritores occidentales, no guarda fidelidad a la célebre pauta del reparto de 5-7-5 sílabas en los versos y suele utilizar la rima, un recurso descartado por los haijin japoneses.
El poeta mexicano también se aleja de la tradición por la necesidad de conceptualizar un mundo que escapa del control de la razón:
Instinto
memoria de un pasado
que habremos olvidado
(José Juan Tablada, ‘Obras, I. Poesía’)
Lo mismo le ocurrirá a Machado:
Ni mármol duro y eterno
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo
(Antonio Machado, ‘De mi cartera, I’)
Antonio Machado observa la realidad, la naturaleza, como un continuo devenir siempre en movimiento, como hacía Bashō, aunque occidentaliza la base filosófica en la que se apoyan sus haikus, que es el vitalismo de Bergson.
La poesía tradicional japonesa también sirve a este poeta como pretexto para sintetizar emotivamente la angustia que siente por la incertidumbre del mañana, distanciándose así de la despersonalización del sentimiento de los haikus de Bashō: 1
Hora de mi corazón:
la hora de una esperanza
y una desesperación
(Antonio Machado, ‘CLXI, Proverbios y cantares, LII’)
Sin embargo, Juan José Domenchina se mantiene fiel, en la mayoría de sus textos, a esa orientación contemplativa e intuitivo-meditativa del modelo de extremo oriente, si bien algunos poemas se occidentalizan pues suponen una reflexión o definen un elemento. Por ejemplo, este texto sobre el rocío:
¿Qué es el rocío?
La feliz miniatura
del propio nido (VII)
(Juan José Domenchina, ‘La corporeidad de lo abstracto. Otros poemas’)
Ernestina de Champourcín, a diferencia de su marido Juan José Domenchina, se aleja del espíritu del modelo japonés tanto en la forma como en el contenido de sus poesías breves, más parecidas a oraciones o sentencias.
Otro ejemplo de adaptación de la poesía breve japonesa es la que hace Gómez de la Serna definiendo el género a modo de greguería, como «lo que gritan los seres confusamente desde su inconsciencia, lo que gritan las cosas». Este autor crea sentencias similares a los aforismos, generalmente de una sola frase, ofreciendo una visión personal y aguda de algún aspecto de la vida y sobre cosas corrientes.
La luna es un banco de metáforas arruinado
(Ramón Gómez de la Serna, greguería)
El poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade también se aleja de la tradición poética japonesa creando textos con una intención esencialmente lírica. En su libro ‘Microgramas‘ escoge como tema, seres insignificantes del reino animal.
La atracción del haiku en los primeros autores occidentales responde, sin duda, a que perciben en esta forma lírica una gran potencialidad para proponer nuevas estructuras que rescataran el núcleo de la escritura poética en el marco de la modernidad y a poder integrar en la cultura occidental, parámetros hasta entonces desconocidos.
Este tipo de poesía la utilizarán en el siglo XX otros muchos autores en España, como Federico García Lorca, Luis Cernuda o Jorge Guillén; y en Latinoamérica, como Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Mario Benedetti. Así como varios poetas de la «Beat Generation» norteamericana. En lengua francesa, el poeta canadiense Jean-Auber Loranger publica haikus en su colección ‘Poëmes‘ (1922), inspirándose en los tercetos irregulares sin rima o haikai publicados por Paul-Louis Couchoud y sus amigos Albert Poncin y André Faure en 1095. Una mujer canadiense llamada Simone Routier publica en 1928 una colección de haikus en lengua francesa: ‘L’Inmortel adolescent‘. Tras abandonar su carrera como violinista, Routier se dedica a escribir y llega a ser miembro reconocido de la Sociedad Canadiense-Francesa de Poetas. Posteriormente, compatibiliza sus actividades periodísticas y diplomáticas con la escritura de haikus y reúne éstos en un nuevo volumen publicado en 1981.
Estos y otros muchos autores de haikus también de nuestro siglo, han popularizado esta forma de poesía aunque muchos de ellos solo mantengan su aspecto formal y no la filosofía que lo originó o una adaptación occidentalizada de ésta. Así lo expresa el propio Benedetti en ‘Rincón de Haikus‘: «Encerrar en 17 sílabas (y además, con escisiones predeterminadas) una sensación, una duda, una opinión, un sentimiento, un paisaje, y hasta una breve anécdota, empezó siendo un juego. Pero de a poco uno va captando las nuevas posibilidades de la vieja estructura. Así la dificultad formal pasa a ser un aliciente y la brevedad una provocativa forma de síntesis».
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