El 14 de septiembre de este año el escritor Benedetti, “el poeta más cantado y contado”1, habría cumplido 100 años. En estos días de pandemia me llegaron unas palabras suyas que sonaban a profecía de lo que está ocurriendo: “No todas las cosas cuando se rompen hacen ruido. Hay algunas que se derrumban en el más absoluto de los silencios”. Sí, así de sigilosamente se está hundiendo la estructura del mundo que habíamos construido y las seguridades que pendían de nuestra forma de vivir.
No asistimos al espectáculo de un cataclismo estrepitoso sino a la procesión de una hecatombe silenciosa
Los efectos del virus comenzaron como un drama y se han ido convirtiendo en una tragedia. Observamos el sigilo destructor del enemigo invisible con un silencio cargado de voces y emociones. Nos lo dice el escritor uruguayo:
«Hay pocas cosas
tan ensordecedoras
como el silencio»
Puede ser que antes de que el virus se desatara, nuestros silencios fueran otros muy distintos, de esos “que callan porque no sienten nada”. Puede ser que nuestro mutismo fuera reflejo del son interior de una vida sin preguntas y sentimentalmente plana a la que, eso sí, hacíamos correr alocadamente.
Ahora, el paso cada vez más cercano de este enemigo invisible ha hecho abruptos nuestros sentimientos. El miedo, la impotencia, la irritación, la angustia, el desánimo… se alzan desafiantes y, a la vez, luchan contra el gozo ante lo bueno, la valentía, la fortaleza, la ternura, la amabilidad, la serenidad, la esperanza… Sí, “hay silencios que no dicen nada porque lo sienten todo”.
Quizá esta crisis también nos ha hecho cerrar los ojos a nuestros paradigmas vitales y abrirlos cargados de nuevos interrogantes. ”Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”. Y, ante el desconcierto, el sabio Benedetti nos sugiere:
«Los apagones
permiten que uno trate
consigo mismo»
A estas alturas ya nos habremos preguntado qué valores hemos aprendido o renovado a raíz de la pandemia y nos proponemos testimoniar como personas, como miembros de una familia, como ciudadanos, como profesionales o como amigos. Sería lamentable que nuestra forma de afrontar la vida siga sin ningún cambio y que se nos vaya pasado el tiempo del modo que tan expresivamente escribió Benedetti:
«Pasa el tiempo y no hago nada; nada me acontece y nada me conmueve hasta la raíz»
Se dice que las crisis sacan lo mejor y lo peor de cada uno y en ésta lo seguimos comprobando. Quiero creer que la mayoría de nosotros damos una respuesta noble a las inquietudes y sentimientos que se nos imponen, y que son pocos los que optan por responder de forma ruin.
Hay personas que resuelven no calentarse la cabeza y enfriar también el corazón. Se excusan pensando que las cosas vienen así, que no quieren o no pueden cambiar, que nada ni nadie depende de ellos: ni su propia vida, ni su familia, ni su entorno, ni la sociedad, ni su país, ni el mundo. En ellos pienso cuando “nuestro” escritor decía que “la realidad es un manojo de problemas sobre los cuales nadie reclama derechos de autor”.
También pienso en ellos cuando Mario amonestaba: “Si el corazón se cansa de querer, ¿para qué sirve?”. En su poemario “Adioses y bienvenidas” el escritor expresa el anhelo que todos tenemos de dar juego al corazón: “Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el corazón”. Ese “alguien” también puede ser “algo”, una situación que, como la presente, nos toca vivir.
«Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el corazón»
El renacer de la inteligencia colectiva
Nos perturba la creciente estridencia de los medios de comunicación y las redes sociales, paradoja del silencio que ha invadido las calles y ha crecido en nuestro interior. Nos inquieta, y mucho, la desinformación infiltrada en las redes, en las ruedas de prensa y en los medios, disfrazada de fakes inventadas, preparadas o sesgadas.
Nos cansan las soflamas de los populismos, buscamos afirmaciones contrastadas. Y algunos nos sumamos otra vez a las palabras de Mario Benedetti:
«Una cosa es que nos engañen y otra distinta que nos engañemos»
Nos rebela que por el hecho de acumular poder en un estado de alarma, no se respeten derechos y libertades, sea limitando la libertad de expresión de la prensa, sea suspendiendo el acceso a la información del Portal de Transparencia, sea con injerencias de la política en la justicia. Nos quedamos perplejos ante la presión de un ministerio para que una empresa en el libre mercado, modifique su diseño de productos.
También nos escandaliza que las cuestiones ideológicas o el propio interés o bolsillo de la mayoría de los políticos, ignoren las necesidades reales de los hombres y mujeres de a pie.
En este clima de incertidumbre, inquietud y desinformación, se alza una inteligencia colectiva que, más allá de los líderes políticos que se dirigen verticalmente al pueblo, se mueve para intentar resolver problemas reales o abordar tareas que nos conciernen a todos, y que aspira a logros sociales que jueguen a favor de nuestro bienestar.
Esta inteligencia social revaloriza la organización y estrategia civil. Vemos, por ejemplo, la movilización de organizaciones del sector de la salud para defender sus derechos como colectivo de riesgo, y del sector de atención a la dependencia en defensa de los más vulnerables. O el manifiesto de la comunidad científica española reclamando una auditoría independiente de la gestión de la crisis sanitaria.
Comprendemos que, para salir adelante, la cooperación pasa a ser necesidad. Compartimos destino y nadie es nadie si permanece aislado. Empresas y organizaciones están empeñando sus recursos en el ejercicio de su responsabilidad social, y lo hacemos también nosotros como ciudadanos. Nacen plataformas civiles que defienden por distintos medios disponibles, una sociedad plenamente democrática.
Comprendemos que, para salir adelante, la cooperación pasa a ser necesidad. Compartimos destino y nadie es nadie si permanece aislado.
Crece nuestro sentido cívico ante la pandemia, el agradecimiento por todo lo que recibimos de comunidades profesionales, de vecinos, del barrio, de una ONG o de una asociación. O de grupos familiares, de amigos o conocidos con los que compartimos lazos, intereses, aficiones o, simplemente, la camaradería de una red social. Admiramos el saber hacer de todo ellos y reflexionamos con el insigne escritor: “¡Si uno conociera lo que tiene con tanta claridad como conoce lo que le falta…!” Para, a continuación, lanzarnos a dar todo lo bueno que tenemos.
Así es, la pandemia insta a un cambio personal y a la transformación social. Pero lo importante no es reescribir nuestras vidas solo porque sufrimos de cerca sus embates o solo porque trae novedades que no podemos eludir. Lo importante es elegir si, a pesar de vernos vulnerables, confiamos en nuestras fuerzas para no seguir siendo como antes. Escuchemos a Benedetti susurrándonos su experiencia:
«Quién lo diría, los débiles de veras nunca se rinden»
1 Artículo publicado en ABC Cultura “Mario Benedetti, los cien años del poeta más contado y cantado” de Inés Martín Rodrigo
Fotografía de la portada: Mario Benedetti, 1981 – Escritor Uruguayo – Elisa Cabot – Flickr
Fotografía del texto: Mario Benedetti, el 18 de mayo de 2009 – Matías Contreras – Flickr
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