La misa de Nochebuena, otros años solemne y concurrida, había transcurrido con una alegría contenida por la mascarilla y una separación prudencial que hacía mirarnos de reojo. La proclamación de la Palabra de Dios fue creando un ambiente de confianza entre los asistentes. Las palabras del profeta Isaías resonaron como un pregón de esperanza en la pequeña iglesia de San Pedro: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la Buena Noticia…! El evangelista Juan nos contó, con lenguaje original, el Nacimiento del Hijo de Dios: «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros«. Contracorriente, la Palabra de Dios rompía las distancias e invitaba al encuentro: Dios desciende del cielo a la tierra y se hace Niño y todos ganamos una familia de estirpe, somos hijos de Dios.
Al final de la celebración, el sacerdote excusó la tradición de besar al Niño Dios que presidía el altar, escuchando los villancicos que hacen resonar la caja de las emociones y los recuerdos de la infancia… Las medidas sanitarias imponían evitar el beso y se suplantaría simplemente por una solemne reverencia a un metro y medio de distancia del Niño, que reposaba con una amplia sonrisa entre las pajas del pesebre.
Javi y Carmen, bajo la mirada protectora de sus padres, se acercaron ceremoniosos: él, embutido en un traje azul con corbata dibujada en impecable camisa blanca; ella, desfilaba como aprendiz de modelo, en un hermoso traje marrón pálido que resaltaba su cabellera casi trigueña; sus nueve años, compartidos desde el nacimiento, se significaban en aquella procesión de adultos que iban inclinando su cabeza ante la imagen del Niño. Como siempre, Javi se adelanto y mirando de reojo al sacerdote inclinó su cabeza pero insinuó un saludo al Niño, batiendo su mano. Carmen, atenta, se sonrió: «las cosas de Javi», pensó en su interior. Un villancico resonaba más en los corazones que en las capillas de la iglesia: Adeste fideles, laetium infantes; ¡Alzaos fieles, alegres, triunfantes! La salida de la iglesia fue rápida. Nadie se contuvo en la plaza ya que la lluvia rociaba esta noche de Navidad, como un regalo molesto pero fecundo y deseado. La familia en el coche iba comentando la celebración. Carmen, como siempre rompió el silencio:
– ¡Javi ha saludado al Niño con la mano!
– ¡Sí, me da pena, este año no he podido darle un beso! respondió desafiante. Y tras un hondo suspiró, dijo:
– Mamá, ¿El Niño Dios también está confinado? Estaba solo… ¿Dónde estaban María y José? Sus padres sonrieron con dulzura. Tras una pausa, la madre tomó la palabra:
– ¡Qué cosas tienes, Javi! Dios no se contamina y Jesús tampoco. Pero no podemos besar su imagen porque podemos contagiarnos unos a otros…
– ¿Y si él no está contagiado cómo podemos contagiarnos unos a otros? El padre tomó el relevo en el interrogatorio:
-No, Javi, el Niño no está contagiado pero nosotros sí podemos contagiarnos… Y María y José no están confinados, es que no los han puesto junto a él. ¿No te fijaste que estaban todos en el portal de Belén?
– Sí… pero da mucha pena ver al Niño solo… por eso le he saludado… Si tuviera whatsaap le enviaba uno. ¿Por qué no tiene Instagram el portal de Belén…? El padre se armó de paciencia:
– Javi, qué cosas tienes… ¡déjalo ya! Pero Carmen entró en el debate y chinchó:
– Si Jesús tuviera whatsaap no le daría tiempo a responder a todos…
– Le ayudarían los ángeles. Sentenció Javi. La madre desvió la conversación, buscando un respiro a tanto disparo de preguntas sin respuestas y susurró:
– Vamos a cenar solos en casa. Ya sabéis que no pueden venir los abuelos… Luego le llamaremos para felicitarles la Navidad… Y vosotros podréis llamar a algunos amigos… Pero después de la cena. Recordad la norma: durante la cena, todos los móviles en la alacena de la cocina.
Pasaron delante de calle Larios, que estallaba en arcos de luces. Javi, con cierto aíre reflexivo, exclamó:
– ¿Y porque hay tantas luces si no hay gente? ¿A quién van a alumbrar?
No encontró respuesta. Y prosiguió su cavilación:
– Las luces este año son luces tristes… prefiero mirar al cielo y ver las estrellas… aunque están muy lejos alumbran más…
Carmen seguía en un silencio ausente y los padres simplemente miraban las luces de los coches que se cruzaban con un centelleo que invitaba a intuir un saludo de felicitación. Llegaron a casa y colgaron, como un ritual, los abrigos en el armario de la entrada. Carmen, con la practicidad femenina habitual, preguntó:
– ¿Hoy cenamos bien vestidos o en pijama? Javi saltó como un resorte:
– Con traje… hoy es Navidad, aunque no venga nadie… Yo no me quito la corbata. ¡Voy a dormir con corbata! La madre puso paz.
– Comemos bien vestidos y en un cuarto de hora… Id al baño… Puntualmente estaban sentados a una mesa adornaba con contenida elegancia. Dos velas alardeaban de su resplandor en rivalidad con las lámparas del salón.
El Belén familiar destellaba luces de colores. Bendijeron la mesa y comenzó el intercambio de platos… Al final, la burbuja de la sidra alzo en las manos unas copas alargadas:
– ¡Feliz Navidad! se dijeron entre sí con las palabras y con los ojos, más brillantes que de costumbre…
De pronto, Javi dio un salto y con su copa de sidra en la mano se dirigió al portal de Belén; fijando su mirada en el Niño, alzó la copa y gritó:
– ¡Feliz Navidad, Jesús! Los padres soltaron una alegre sonrisa… Y como un coro familiar exclamaron:
– ¡Las cosas de Javi! El niño se acercó con la mansedumbre de un gato hacia sus padres y exclamó:
– ¡El Niño Dios me ha sonreído! Todos soltaron una carcajada… Y el padre advirtió:
– Javi, con esto no se juega, es muy serio… Pero Javi reclamó:
– Si no puedo jugar con Jesús, entonces ¿con quién juego? La madre lo abrazó con ternura:
– Llevas razón, Javi, con el Niño Dios siempre se puede jugar, el nunca hace trampas…
Se tomaron los últimos turrones. La noche, con el canto de una fina lluvia sobre los cristales, echó su cortina sobre los parpados de los niños. Los padres le llevaron a la cama. Ellos aún se quedaron en el sofá con unas últimas llamadas de felicitación. Pronto se retiraron. Al rato, un ruido alertó la vigilia de la madre que se levantó con sigilo y dirigió sus pasos hacia una luz que se había encendido en el salón:
– Javi, ¿qué haces aquí?
-Mamá, ¿no puedo venir a jugar con Jesús? Es el único niño con quien puedo estar… además créetelo… cuando yo le hablo… él me sonríe. La madre estrechó a su hijo sobre el pecho y, mirando al Niño Dios, se le cayeron unas lágrimas sobre las figuras del Belén. Pensó en la paradoja: ¡hoy, la tierra llueve sobre el cielo! Y suspiró:
– Sí, Javi, juguemos los tres… ¡Sonriamos nosotros con él!
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