El miércoles de ceniza nos abre el corazón al tiempo favorable de la Cuaresma. Dios, señor del tiempo, nos regala otra nueva oportunidad para “detener nuestras prisas y situarnos ante la contemplación de su amor”. A veces, no tomamos conciencia de lo que tenemos ni lo valoramos hasta que nos falta. Suele ocurrir: cuando perdemos a un amigo o padecemos la enfermedad, entonces, damos más valor a la amistad e importancia a la salud. Hoy, valoramos más la dulzura de la paz porque suenan tambores de guerra.
El pecado: el amor perdido
Hay una parábola entrañable que suena como un eco en este tiempo litúrgico de Cuaresma: la parábola del hijo pródigo, o “del padre bueno que tenía dos hijos”, como gusta llamar a Benedicto XVI a esta bella página del evangelio (cf. Lc 15, 11-24). El hijo pródigo “se da cuenta del amor del padre, del calor de la casa familiar, cuando los ha perdido: cuando se ha alejado del cariño paterno para vivir “emancipado y por su cuenta”, abandonando la casa familiar para “vivir una loca aventura en solitario”.
El tiempo de Cuaresma es un tiempo favorable para tomar conciencia del amor que Dios nos tiene, que nos llama hijos, y para darle gracias porque nos ha integrado en una familia, que es la Iglesia, que rompe nuestro confinamiento espiritual y se hace cercana a través de los rostros concretos de la comunidad en la que celebramos nuestra fe.
El pecado nos aleja del amor paterno de Dios y nos convierte en habitantes incómodos de la casa familiar de la Iglesia. Cada Cuaresma es un toque de atención, a nuestra conciencia y a nuestro corazón, para volver a renovar el amor a Dios y dar vigor a las relaciones con los hermanos: se trata de romper el egoísmo que encierra cada pecado para convertirnos al amor de Dios, que nos regenera y nos hace disponibles para el amor fraterno.
Conversión: el amor restablecido
En la Cuaresma suena una palabra con insistencia: ¡conversión! ¿Qué significa esta palabra que martilleará nuestros oídos a lo largo del tiempo cuaresmal? Significa, ante todo, volver nuestros pasos hacia otra dirección. Si el pecado nos aleja de Dios, la conversión nos hace añorar su amor y contemplarle como la meta de nuestro camino. “Sí, me levantaré y volveré junto a mi Padre”, es el inicio de la conversión del famoso hijo de la parábola y el primer sentimiento que debemos provocar en este tiempo de Cuaresma.
Cuando, arrepentidos, nos ponemos ante el rostro misericordioso del Padre, éste nos abraza y nos devuelve la dignidad de hijos. Y nos introduce en la casa paterna, en la Iglesia, donde volvemos a gozar del amor hogareño de la fraternidad en comunidad. Cada Cuaresma, Dios nos invita a volver a su amor y a sentirnos en su Iglesia como en “nuestra propia casa”. No perdamos esta nueva oportunidad que se nos brinda.
Los signos de Cuaresma: oración, ayuno y limosna
El tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio para la conversión, para enderezar la vida, para preparar los días de Pascua. En Cuaresma, la Iglesia nos recuerda tres prácticas tradicionales: la oración, el ayuno y la limosna, que nos ayudan a sintonizar nuestras vidas con Dios, a descubrir el paso de Jesús por nuestras vidas.
La oración es un diálogo que Dios entabla con nosotros y brota de su amor. El amor es una forma de hablar que no necesita palabras: por eso, a veces el diálogo es simplemente un «silencio contemplativo», que nos abre a la esperanza de una vida nueva y sin término. La meditación de las parábolas de la misericordia del evangelio de Lucas, especialmente la del hijo pródigo (cap. 15), son una buena ayuda para este tiempo cuaresmal.
La oración por la paz, debe estar muy presente en este tiempo de incertidumbre.
El ayuno, actualmente, tiene que ver con el control de la lengua: evitar la charlatanería, el chisme, las falsas verdades, la calumnia. Decía santa Teresa a sus monjas: «hermanas, hablar de Dios o callar… que en la casa de Teresa esta ciencia se profesa». La prudencia en el hablar nos ayuda a la aceptación del hermano, eludiendo rivalidades y construyendo un clima amable de fraternidad…
La limosna, que es una forma de hacer visible la caridad nos hace más humanos, colaborando con la venida del reino de Dios. Hoy, la limosna se reviste de muchos trajes: comida, amistad, comprensión, diálogo, cercanía, perdón… pero también ayuda espiritual para fortalecer la fe. Impliquémonos en la práctica de las obras de misericordia, corporales y espirituales.
Un camino con una meta: la Pascua de Resurrección
La oración, el ayuno y la limosna crean en nosotros un clima interior que nos ayuda a caminar hasta el Triduo Pascual, en el que celebramos la fiesta de la Resurrección, cumbre del Año litúrgico.
Vivamos una santa Cuaresma y participemos de las distintas celebraciones de nuestra Parroquia.
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