Estamos con nuestros compatriotas de la Comunidad Valenciana y otras zonas de nuestro país en esta hora de sufrimiento que es el dolor de todos los españoles, y nos unimos a cuantos reclaman que la política y las instituciones estén verdaderamente al servicio de las necesidades y urgencias de los ciudadanos afectados, y que lleven ayuda y esperanza para rehacer su futuro.
Como aportación a un análisis penetrante de la tragedia de Valencia nos hacemos eco del publicado en el diario italiano La Nuova Bussola Quotidiana.
¿Cambio climático? No, cambio antropológico
La tragedia de Valencia, donde las inundaciones son recurrentes, sugiere cuán peligrosa es la ideología que culpa al hombre del cambio climático y hace que se descuide una gestión saludable del territorio en favor de políticas verdes tan costosas como inútiles.
Recuperación de las víctimas, búsqueda de los desaparecidos, cálculo de los daños, polémica y reacciones furiosas de la población. La trágica inundación que azotó la provincia de Valencia y causó 222 muertos (pero el balance aún es provisional) no deja de plantear dudas sobre cómo fue posible tal desastre.
Como siempre ocurre en circunstancias similares, lamentablemente, por un lado hay un coro (políticos y medios de comunicación) de quienes ya han decidido que todo depende de los cambios climáticos provocados por la actividad humana; y por el otro las voces (especialmente en las redes sociales) de quienes lo ven como una conspiración o la mano de alguien que no sabe muy bien porqué disfruta provocando desastres naturales.
La verdad es que lo ocurrido en la Comunidad Valenciana – y en los días siguientes también en Barcelona –, es un hecho extremo, sí, pero nada nuevo. La última inundación desastrosa que azotó Valencia se registró en 1957 (81 muertos, según otras fuentes más de cien), pero se estima que desde 1321 hasta entonces se han producido al menos 75 inundaciones importantes. Por este motivo tras lo sucedido en 1957 el entonces dictador Francisco Franco ordenó el desvío del río Turia fuera de la ciudad (y el cauce del río se convirtió en un parque). Esto no cambia el hecho de que incluso después de 1957 se registraron fenómenos extremos en la provincia de Valencia, el último en enero de 2020, con inundaciones que, sin embargo, salvaron a los principales núcleos de población.
Evocar los esquivos cambios climáticos provocados por el hombre es una idiotez además de una falta de respeto a las víctimas; así como es ridículo atribuirlo a la «siembra de nubes» que supuestamente se lleva a cabo en Marruecos.
Un debate similar debería hacerse también para Barcelona y toda Cataluña, una región que también sufre las llamadas «inundaciones repentinas», con precipitaciones tan intensas que en pocas horas provocan el desbordamiento de numerosos cursos de agua. Hay que recordar que la peor catástrofe natural e hidrológica de la historia de España se produjo con las inundaciones en la provincia de Barcelona en 1962, con un balance de más de 800 fallecidos.
Por tanto, evocar los esquivos cambios climáticos provocados por el hombre es una idiotez además de una falta de respeto a las víctimas; así como es ridículo atribuirlo a la «siembra de nubes» que supuestamente se lleva a cabo en Marruecos.
Si existe responsabilidad humana por la gravedad del balance, probablemente hay que buscarla en la gestión de la emergencia. En efecto, las imágenes difundidas por televisión y en las redes sociales dan la clara impresión de ciudadanos cogidos por sorpresa, arrollados por las aguas mientras realizaban sus actividades cotidianas. No en vano gran parte de la polémica se centra en el retraso con el que se comunicó la alerta meteorológica. Se podría decir que se trata de un caso clamoroso de subestimación y trivialidad, tanto más grave si se considera que estos acontecimientos extremos en esa zona son recurrentes. También hay quienes señalan que la situación ha empeorado gracias también al boom inmobiliario de finales de los años 90 y principios de los 2000, que multiplicó la cementación de zonas verdes, incluso cerca de los ríos, lo que se tradujo en mayores dificultades para absorber el agua.
Pero también existe una responsabilidad cultural e ideológica. Ahora pase lo que pase, la responsabilidad se atribuye al calentamiento global antropogénico y la histeria ecológica domina ahora la política, lo que produce una serie de efectos colaterales nocivos. Mientras tanto, se abandonan los viejos principios de sabiduría que han acompañado el desarrollo de la humanidad: los fenómenos meteorológicos extremos son una realidad a la que los hombres siempre han tratado de adaptarse. Hasta tal punto que donde ha habido desarrollo, las poblaciones se han vuelto menos vulnerables y, por lo tanto, las pérdidas humanas se han hecho menos graves a pesar del aumento de la población. Con respecto a España, basta con mirar este gráfico que muestra el número de víctimas por inundaciones en este país durante los últimos 80 años.
Puesto que hablamos de inundaciones, las obras de adecuación se refieren a diques, presas, desvíos de cursos de agua (como en el caso de Valencia post-1957), tanques de contención, etc. Hoy, sin embargo, la ideología ecológica ha convencido a los políticos de que es mejor intentar cambiar el clima, reduciendo las emisiones de CO2, asumiendo que ésta sea la causa de los desastres naturales. En la práctica, es como si se decidiera no gastar 10-15 euros en comprar un paraguas y en cambio gastar miles de euros en la vana empresa de hacer cesar la lluvia.
Una locura ideológica que sin embargo ya es una política consolidada; y la opinión pública, aterrorizada por años de propaganda incesante, acepta en nombre del clima el desguace de coches, la devaluación de las casas, costes exorbitantes para adaptar las viviendas a las nuevas normativas, restricciones de circulación, aumentos de los costes energéticos, etc. sin pestañear. De esta locura colectiva forma parte también la ley europea sobre la «Restauración de la Naturaleza» (aquí y aquí) que, en nombre de la protección de la biodiversidad, impide diques, presas y otras intervenciones que defienden a la población de las inundaciones.
Un segundo efecto nocivo de esta ideología es el desplazamiento de las inversiones de la observación de la realidad y el seguimiento y protección del territorio, a la creación de modelos climáticos cada vez más sofisticados para predecir el clima futuro. Por lo tanto, hay cada vez menos datos reales y cada vez más proyecciones estadísticas, lo que también es una paradoja porque las proyecciones sobre el futuro son tanto más fiables cuanto más datos reales están disponibles. Por ello, no se equivocan quienes en los últimos días se preguntan cómo es posible afirmar con tanta seguridad el clima que habrá dentro de 50 años, cuando no somos capaces de predecir el temporal que se producirá en dos horas.
Si pensamos también en Italia, cuyo territorio de Norte a Sur se caracteriza por una grave inestabilidad hidrogeológica, ¿adónde van a parar los miles de millones de euros destinados a políticas climáticas? Ciertamente no para la protección del territorio, que en realidad está aún más desfigurado por las aspas eólicas y las infinitas extensiones de instalaciones fotovoltaicos.
Y a esto está ligado un tercer factor: se elude las responsabilidades por parte de políticos y administradores. Como lo demuestra el caso de Valencia, pero también ocurrido en Italia, en Emilia Romaña por ejemplo, con una enorme responsabilidad de los administradores al no realizar proyectos ya aprobados hace décadas para evitar o limitar inundaciones, que permiten una cementación imprudente, que penalizan la agricultura. Pero como siempre, tiene la culpa el calentamiento global antropogénico, y se justifican con lo que están haciendo para fomentar la energía verde, bloquear el tráfico de automóviles y otras comodidades similares. Y la culpa es del gobierno o de las empresas que no hacen lo suficiente para reducir las emisiones de CO2.
Así que no nos sorprendamos si a partir de ahora vemos que se invierte la tendencia a la disminución de las víctimas por desastres naturales: sin embargo, no se trata de un cambio climático sino de un cambio antropológico.
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Nota de la edición de Foro Cultura 21 El «cambio antropológico» hace referencia al que estamos viviendo, caracterizado por el rechazo de lo humano – la condición y la naturaleza humana –, el rechazo de Dios, del mundo y de la realidad.
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