Dice Octavio Paz que «la historia del siglo XX es la historia de las utopías convertidas en campos de concentración». El concepto Utopía tiene su origen en una isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto descrita por Tomás Moro en 1516. De ahí que hoy día haga alusión a un «plan, proyecto, doctrina o sistema deseable que parecen de muy difícil realización» y a la «representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano».– RAE.
No le faltaba en realidad razón a Octavio Paz, porque en nombre de los más elevados ideales como «Dios», «patria», «el pueblo», «democracia», «igualdad», «libertad», etc, se han llevado a cabo los más horrendos crímenes contra la humanidad.
El siglo XX fue testigo de algunas de aquellas utopías, como lo fueron el fascismo en Italia, el nazismo en Alemania o el comunismo en Rusia, en los que se suponía que sería posible «una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano». Descartada ahora la posibilidad de esperar el paraíso en el más allá, el comunismo prometía el paraíso aquí y ahora, «el paraíso comunista», una sociedad igualitaria «sin clases» donde habría de morar la felicidad.
Sin embargo, el tiempo demostraría que aquella utopía sería impuesta a través de un régimen dictatorial, burocrático y opresor falto de libertades, donde sólo se beneficiarían las clases dirigentes y se violarían vilmente una y otra vez los derechos humanos. Semejante «bloque» o sistema ideológico colapsaría finalmente, llevando la desilusión a millones de personas que durante más de setenta años habían cifrado su confianza plenamente en él, quedándoles solamente el tremendo vacío de la decepción. La caída del muro de Berlín, la noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre de 1989, 28 años después de su vergonzosa construcción, visualizó gráficamente la caída estrepitosa de aquella vana utopía. ¿Para eso fue necesario tanto sufrimiento durante setenta años? ¿No había sido al final un precio demasiado alto el que se tuvo que pagar? Utopías así, ¿valieron realmente la pena? Como lo expresó el autor del Eclesiastés (8:9, DHH), «Todo esto he visto al entregarme de lleno a conocer lo que se hace en este mundo y el poder que el hombre tiene de hacer daño a sus semejantes».
Se sabe mucho por ejemplo de los crímenes nazis y de los millones de seres humanos masacrados en nombre de la «patria alemana» (Deutschland), pero se conocen mucho menos los crímenes llevados a cabo por el régimen soviético comunista de Joseph Stalin. Lo que sigue es una carta enviada por Alexandra Tolstoi (1884-1979), hija de León Tolstoi, el 26 de abril de 1933, a varios periódicos europeos desde su exilio en Nueva York debido a su oposición y disidencia al régimen comunista de Stalin, según se publicó en el diario ABC, el 26 de abril de 1933. Pone de relieve el horror, la represión, la tortura y el asesinato propiciados por un régimen despiadado, sin alma y sin el menor vestigio de humanidad. Toda una reflexión para evitar por todos los medios que aquella historia nunca más se repita:
"Cuando en 1908 el Gobierno zarista condenó a muerte a algunos revolucionarios, un grito salió de la boca de mi padre: “¡No puedo callarme!”. Y el pueblo ruso, unánime, se unió al grito de protesta contra aquel asesinato. Ahora, cuando millares de seres humanos en el norte del Cáucaso son fusilados o desterrados, y que mi padre ya no vive, siento la imperiosa necesidad de elevar mi débil voz contra las ferocidades bolcheviques, tanto más como que he trabajado doce años con el Gobierno soviético y he visto con mis propios ojos extenderse el terrorismo. El mundo callaba. Millones de hombres eran desterrados o morían en las cárceles y en los campos de concentración. Miles de ellos eran fusilados en el acto. Los bolcheviques la emprendieron primero con las clases enemigas, con los creyentes, los religiosos, los profesores, los sabios. Ahora la emprende con los obreros y los campesinos... y el mundo sigue callando. Desde hace quince años el pueblo ruso padece esclavitud, hambre y frío. El Gobierno bolchevique sigue oprimiéndole y le arrebata su trigo y otros productos, que envía al extranjero porque necesita dinero, no sólo para comprar maquinarias, sino para hacer la propaganda comunista en el mundo entero. Y si los campesinos protestan y ocultan su trigo para sus familias hambrientas... se les fusila. El pueblo ruso ya no tiene fuerzas para soportar sus padecimientos. La rebeldía late por todas partes: en las fábricas, en los talleres, en los pueblos y hasta en regiones enteras. Los campesinos arruinados y muriéndose de hambre se fugan de Ucrania por millares. ¿Y qué hace mientras tanto el Gobierno soviético? Publica decretos y más decretos para expulsar de Moscú y otras grandes ciudades a miles de habitantes, calmando al propio tiempo a los campesinos rebeldes por medio del destierro y de los fusilamientos. Desde Iván el Terrible Rusia no ha contemplado mayores atrocidades. Y ahora cuando los cosacos del Kubán se rebelaron en masa, se ha fusilado a familias enteras y 45.000 personas han sido desterradas a Siberia por orden de Stalin para morir allí abandonadas. ¿Es posible que, ante esto, siga callando el universo? ¿Es posible que aun haya gobiernos capaces de mantener relaciones con esos asesinos, prestándoles ayuda en perjuicio de sus propios países? ¿Es posible que un escritor idealista como Romain Rolland (quien, sin embargo, ha sabido comprender el alma de los grandes pacifistas como Tolstoi y Gandhi) y escritores como Henri Barbusse y Bernard Shaw puedan seguir entonando himnos al paraíso comunista? Así se hacen responsables de la difusión de las teorías bolcheviques, que son una amenaza para el mundo entero y le llevará a la ruina. ¿Es posible que todavía haya quien crea que la sangrienta dictadura de unos cuantos hombres destructores de la cultura, la religión y la moral pueda llamarse socialismo? ¿Quién gritará también “No puedo callarme”, a fin de que todos lo oigan? ¿Dónde estáis, cristianos, verdaderos pacifistas, escritores y trabajadores? ¿Por qué os calláis? ¿Aún os hacen falta pruebas, testimonios o cifras? ¿No oís las voces pidiendo socorro? ¿O pensáis que se puede procurar la felicidad de los hombres por la fuerza bruta, las matanzas y la esclavitud de todo un pueblo? No me dirijo a aquellos cuyas simpatías comunistas se han comprado con dinero extraído al pueblo ruso. Me dirijo a cuantos todavía creen en la fraternidad e igualdad de los hombres: a los cristianos, a los socialistas, a los escritores, a los trabajadores, políticos y sociales, a las mujeres, a las madres. ¡Abrid los ojos! ¡Uníos todos en una protesta unánime contra los verdugos de un pueblo sin defensa!".
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