Recuerdo hace años una conversación fascinante con una mujer tremendamente culta, tan formada como divertida. Era alemana casada con español, profesionalmente se movía en ambientes diplomáticos. En aquella charla, ella -sin ocultar la vergüenza que para el pueblo alemán suponía reconocer todo el mal que había causado al pueblo judío-, me decía: «en algún momento tiene que llegar el perdón, van pasando generaciones y generaciones, que ya no tenemos culpa de nada y ¡Seguimos pagando por ello!
Cierto. Lo de pagando era en sentido literal, ella lo expresaba en ambos sentidos, emocional y económico. En mi ignorancia, desconocía por completo que el pueblo alemán sigue pagando de sus impuestos a Israel para tratar de resarcir tanto mal. Aquello me hizo pensar en el perdón real, es cierto, sin perdón no hay cura verdadera. Y sin reconocimiento del mal causado tampoco hay regeneración posible.
Los alemanes, a través de su Canciller Angela Merkel, pidieron perdón en un emotivo acto en el año 2015 en el campo de concentración de Dachau. Unos años antes, el Papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), dirigió uno de los discursos más duros, contundentes y sublimes que se pueden escuchar, precisamente desde el campo de concentración de Auschwitz.
Entonces hubo héroes por todos los bandos, y ahora también. Pero los héroes, cuando son verdaderos, generalmente pasan inadvertidos. Combatir el totalitarismo, sobre todo el de hoy disfrazado de genuina democracia, requiere héroes.
Artistas alemanes vienen demostrando desde hace unos años a través del mundo del cine y la literatura, una valentía de la que carecemos los españoles. Les ha costado mucho tiempo poder abrir la caja de Pandora de los horrores de la guerra, pero lo importante es la búsqueda de la verdad y enfrentarse a lo que tanta culpa y vergüenza les produce. Si quieres hundir a un alemán no tienes más que recordarle de lo que han sido capaces (como pueblo) y el horror que permitieron.
Esa actitud, la de ejercer una mirada crítica consigo mismos, retrospectiva, serena y sincera es admirable, en realidad es verdadera cultura. Lo contrario y en sentido propagandístico es lo que se viene realizando en España desde la Transición. Nuestra cultura carece y ha carecido de amor por España (salvo contadas excepciones). Será ese extraño gen español del que hablo tan a menudo.
Cine como instrumento de redención
Películas como «El hundimiento» (2004); «Sophie Scholl – Los últimos días» (2005); «La vida de los otros» (2006); «La conspiración del silencio» (2014); suponen ese despertar valiente para enfrentarse al fantasma de la culpa, solamente puede encontrar la cura quien abre y cicatriza heridas. La historia no es más que una narración que nos brinda conocer lo más bajo y lo más noble del ser humano, la verdad es la única vía de curación, también de salvación de la propia alma.
«El caso Collini» (Der Fall Collini, 2019), supone un ejemplo más de esa forma radical que han encontrado los alemanes de sacar a relucir la verdad, por muy bochornoso que resulte. Una película mejorable, pero insuperable en el diálogo al final de la película. El joven abogado (el anti héroe tenaz) interroga al sabio y encumbrado abogado profesor: «¿Toda ley ha de cumplirse a raja tabla? ¿Y si la ley no busca la justicia sino todo lo contrario, entonces?
El contexto de la trama es si la conocida como Ley Egowig (1968) que prescribía crímenes de guerra cometidos por alemanes dos décadas atrás, ¿era justo y de justicia cumplirla? Ese es el meollo de la peli. La ley alemana de 1968, la EGOWiG de Eduard Dreher (personaje real), amnistió a todos los criminales nazis, salvo a la plana mayor del nacionalsocialismo. Dreher, conocido por su crueldad, fue el fiscal jefe del Tribunal Especial de Innsbruck durante el nazismo. Tras la guerra llegó a ser subsecretario del Ministerio de Justicia de Alemania Federal, aun cuando todos conocían su pasado (Semanario Hebreo Jai – «El caso Collini de Ferdinand Von Schirach y la justicia por mano propia»).
Vana justificación es la del «cumplir por cumplir la ley», bien, de acuerdo, pero… si es justa y hace justicia. Si no, ¿de qué sirve?
¿Abdicación o heroicidad?
Esta verdad, principio más bien, eliminado hoy en día de nuestras vidas, me recuerda a otra conversación reciente con una persona funcionario público. Comentábamos las muchas imbecilidades que se han colado por «decreto» y cómo cientos o miles de personas ocupan cargos ridículos, inoperantes y que no sirven para nada, como las llamadas «unidades de igualdad» en la mayoría de las autonomías, especie de agentes para asegurarse que el «lenguaje inclusivo», es decir, todo el rollo de la ideología de género, se impregne pero a base de bien en toda circular, instrucción, comunicación oral o escrita que salga de nuestra administración pública.
Pues este funcionario me decía «el funcionario estamos para cumplir la ley y obedecer». Claro, ¿nos suena lo del imperio de la ley tan dicho en época socialista, muy oído en tiempos en que Rajoy era Presidente? Claro, claro, claro, el imperio de la ley… pero ¿una ley justa que hace justicia y garantiza separación de poderes o hablamos de otra cosa?
Lo que se plantea en la película «El caso Collini» me ha hecho pensar un futurible, ¿podré ver dentro de 10,15 o 20 años una película como esta, revisando y evidenciando las barbaridades en forma de «leyes habilitantes» que ahora intenta producir nuestro Gobierno para erradicar el régimen democrático que nos trajo la Transición?
¿Qué piensa usted? Tengo clara la respuesta, pero me la reservo.
No quisiera terminar sin citar otra conversación reciente donde sí, abiertamente criticábamos la mediocridad y sumisión de la prensa en España al poder político y económico. Una vergüenza, salvo honrosas excepciones. Comentaba una contertulia «es muy fácil que te pongan en listas negras, yo lo entiendo, nadie quiere ser héroe, nadie quiere perder su trabajo, tiene una familia que mantener… No, no estamos para ser héroes».
Pues yo creo que sí. Lo de la heroicidad es tan subjetivo como el pensamiento propio, por eso nos da certeza saber que la realidad, la verdad, la bondad y la belleza están ahí fuera de nosotros, igual llamamos héroes a personas tremendamente vanidosas, porque la heroicidad real se produce cuando el motor, la motivación y la intención que mueve al acto heroico es totalmente puro, desinteresado, generoso.
Si confiáramos más en Dios, en la bondad y genuina nobleza española que la historia nos ha legado, oiríamos un continuo clamor social, lleno de espíritu de resistencia y valor. Sí, es tiempo de héroes, de salir a la calle, de defender las leyes justas, no las que nos privan de libertad y Estado de Derecho.
Pero claro, si evitamos la actitud valiente de los alemanes, de examinar, abrir las heridas, reconocer la verdad, pasar por el dolor y el bochorno, es imposible que lo logremos.
Sí, es tiempo de héroes, cueste lo que cueste. Siempre se abren ventanas para las personas de bien.
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