La intuición según la Rae es “la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento”. Es, además, algo que muchas personas tienen especialmente desarrollado, pero es difícil que basen en ella alguna decisión (o que lo admitan) porque nuestra cultura materialista denosta automáticamente todo lo que no puede ser percibido por los cinco sentidos.
Vivimos en un mundo material enlazado con un universo sutil y no manifestado. La intuición es un ejemplo de ello, como lo es el lenguaje del cuerpo, que se expresa de muchas y variopintas maneras estemos o no, dispuestos a escucharlo.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, recuerdo a una conocida que tenía la certeza de que su marido le era infiel. No tenía pruebas fehacientes y no le había pillado con las manos en la masa, como se dice vulgarmente, pero la idea de la infidelidad se iba afianzando cada día más y su estado anímico empeoraba a pasos agigantados.
Podríamos decir, y sería aceptable, que, con su intuición errada, es decir, con su propio miedo, atrajo finalmente aquello que temía. Podríamos calificar su comportamiento de paranoico, de no ser porque en una fiesta y de la forma más casual, conoció a la amante de su marido, descubriéndose el pastel ante todos los estupefactos asistentes, incluida yo.
Lo que oyen, ambas mujeres entablaron conversación y tras varios vinos cayeron en la cuenta de que cuando hablaban de “su pareja” en realidad estaban hablando del mismo hombre.
Como pueden imaginar, la historia terminó en divorcio y, además, el Casanova se quedó sin el pan y sin las tortas, ya que las dos mujeres hicieron amistad lo cual era, sin duda, lo peor que podía haberle pasado.
En este caso la intuición tomó forma y se materializó de la manera más contundente, pero hay ocasiones en que la suerte no es tanta.
Es decir, que su bienestar, en este caso malestar vital, no era la prioridad, sino el amor que le declaraba el marido, piquito de oro donde los haya, hasta el punto de que ambas realidades convivían en ella en esquizofrénica armonía.
Es en esas ocasiones en las que yo me pregunto por qué nos anclamos en situaciones semejantes y en una búsqueda interminable de pruebas objetivas, cuando nuestro amargor debería ser motivo suficiente para cambiar de paisaje.
La respuesta de esta mujer, cuando le formulé la pregunta, fue bastante sencilla. Aparte de todas las intuiciones y los signos que recolectaba la infeliz, su marido “la quería tanto”.
Es decir, que su bienestar, en este caso malestar vital, no era la prioridad, sino el amor que le declaraba el marido, piquito de oro donde los haya, hasta el punto de que ambas realidades convivían en ella en esquizofrénica armonía.
Tan curioso me pareció que investigué un poco y cuando me di cuenta de que esta disociación era bastante habitual, escribí un guión titulado “No me quieras tanto”.
Grabamos entre amigas, en un par de días y con dos duros, lo cual pareció fomentar que fuese, de todos los guiones que he escrito, el más premiado.
Los Festivales con galardones de igualdad de género se frotaron las manos y a México fui con la peliculita, a un certamen donde un jurado que contaba con Alejandro Cuarón, Iñárritu y Jodorowsky, entre otros grandes, lo aplaudió a ritmo de Molotov.
“No me quieras tanto” recoge en clave de humor, situaciones en la que, el novio de turno pretende colocar su modus operandi en forma de cuidados intensivos y carantoñas públicas. Es un ¿por qué? repetitivo del que la protagonista en el fondo (y debido a una aguda intuición) tiene la respuesta. Pasan los años y sigo pensando que es un corto positivo para el día de la mujer. De hecho, sólo el título “No me quieras tanto” (Quiéreme de verdad) me parece un buen estandarte para combatir la cara dura que, no se engañen con progresos, es un clásico.
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