Hace unos días hablaba con una colaboradora y decidíamos cambiar uno de los artículos que ella tenía previsto escribir para este mes de diciembre, la situación lo merecía. Estando en una cafetería con su hija, el señor de la mesa de al lado hablaba, con su hija también, de que este año no iba a haber Navidad.
La alcaldesa de la ciudad donde vivo, anunciaba que este año que no habría luces de Navidad. El objetivo era destinar ese dinero a ayudar a los comerciantes, pero la verdad es que la forma de hacerlo es un poco peculiar, e incluso dudo que sea una ayuda importante para ellos. Desconozco a priori el ajuste presupuestario que piensan realizar y como esto repercutirá en la ciudadanía, pero lo que si es cierto es que los niños no verán apenas (ha rectificado y han iluminado una calle solo) luces de colores, y confío en que no decidan renunciar a la cabalgata.
Aunque esta película es de todos conocida, por si hay algún despistado, La vida es bella es la historia de cómo un padre hace la vida de su hijo emocionante a pesar de vivir en un campo de concentración nazi, y de incluso tener un futuro cierto y dramático. Es verdad que hay personas que lo están pasando muy mal estos días, por varios motivos, pero no pueden ser mucho peores que la historia fílmica que tan magistralmente retrató Roberto Benigni.
El clásico Qué bello es vivir (basada en el libro The greatest Gift), que rescato todas las navidades, es otra historia que destaca el valor y sentido de la vida, y se centra en una navidad, pero esta vez es un ángel el encargado de recodárselo al padre de familia.
¿Por qué privar a los niños… o a los adultos, de esta Navidad?
Podemos enumerar miles de razones relacionadas con ilusiones y hacer felices a los niños, pero la primera y básica es que, incluso sin luces, adornos y regalos, la navidad siempre será Navidad.
“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”. El Principito
Este año, más que nunca en los años que yo recuerdo y he vivido, tiene más sentido vivir una Navidad verdadera, recordando la venida de Cristo al mundo para salvarnos. Es un signo de esperanza, no de optimismo sin fundamento, sino de confianza ciega en que todo esto va a cambiar, porque Dios nació en un pesebre y cambió la historia.
El Principito nos lo recuerda también, todo el libro gira en torno al descubrimiento de «lo esencial» que, sin embargo, a pesar de ser lo más importante y verdadero, «es invisible a los ojos». Por tanto, aunque sin luces, la Navidad seguirá siendo Navidad y nadie, ni el covid, ni las restricciones, puede robársela a ningún niño. Sería robarles la esperanza de ser salvados, de que el sufrimiento de este mundo tiene un sentido, sea lo que sea que les toque vivir y pase lo que pase en la vida.
Este famoso libro de Saint-Exupéry consagra la visión fundacional de nuestra cultura Occidental. Aquella que revela que el mundo está sostenido por vínculos espirituales e invisibles cuya fuerza última es el amor y qué, cómo todo lo verdaderamente importante, no se puede ver.
Como leemos en El Principito, “las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”. Lo que no sabemos es cómo terminó la conversación de la mesa de al lado.
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