Me negaba a escribir algo sobre este caso cuando empezó, muchas veces es dar publicidad gratuita a algo que no la merece, ni la publicidad, ni que sea gratuita, pero el desarrollo de los acontecimientos posteriores me han animado a hacerlo, puesto que lo que podría haber sido un momento brillante para el deporte femenino español, ha terminado viéndose eclipsado por todo un culebrón, cuyas contradicciones han afectado incluso al concepto del deporte femenino que podríamos tener, a pesar de este éxito.
El esfuerzo de estas jugadoras ha quedado escondido por un incidente provocado quizás por el exceso de familiaridades en la convivencia dentro del equipo, esos límites que no se saben poner muy bien en una sociedad en la que todo vale, y el compadreo está a todos los niveles, siempre que no se tope, claro está, con las opiniones del ministerio de igualdad.
Celebrarlo todo con «picos», sin ser pareja, ¡claro!, parece ser una moda. Este no es un hecho aislado, y lo que antes se hacía con un abrazo y saltos de alegría parece necesitar más cercanía. Que no es lo correcto, pues no, pero con toda naturalidad y sin problemas lo tomaron en un principio, tanto la jugadora, bromeando sobre que no le había gustado (y no fue precisamente porque le pareciera incómodo ni fuera el lugar o momentos adecuados), como el resto de las jugadoras en el autobús, que en ningún momento abuchearon al Rubi, o incluso la madre de la jugadora, quitándole importancia en todo momento.
Pero como la coherencia y la verdad brillan por su ausencia en una sociedad si valores, en la que cualquier ocasión para demonizar al hombre es buena, dando una vuelta de tuerca en sentido contrario, y como suele pasar cuando se va en sentido contrario, se sale la tuerca y no encaja.
En la actualidad, la autoridad la tiene la opinión pública y los medios de comunicación de masas, que si hubieran tenido criterio moral no habrían apoyado este episodio. Como nos recuerda Erich From en «El miedo a la libertad», «nos hemos transformado en autómatas que viven bajo la ilusión de ser individuos dotados de libre albedrío», cuando en realidad «el hombre moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando, en realidad, desea únicamente lo que se supone socialmente ha de desear» y actúa en base a ello precisamente.
Lo que tomaron a broma en el autobús todas las jugadoras del equipo, incluida la supuesta “abusada”, que incluso pedían a coro un beso del “Rubi” y la “Jeni”, se fue convirtiendo, por momentos, en una indignación comparable a una agresión sexual, lo cual quita importancia a las verdaderas agresiones sexuales.
Así, subirse al carro de una ideología feminista injustificable, que da casi risa si no fuera porque tiene consecuencias legales, produce la falta de credibilidad en los contradictorios testimonios de antes y después de que los medios airearan el “pico”. Hasta la fiscalía apoya que …donde se dice digo, se diga luego Diego. Y, a lo que antes, protagonista, padres y compañeras de equipo quitaban importancia, se convierte en un drama de trascendencia internacional. Es un feminismo que empuja a la mujer a mentir, a magnificar las cosas, y a ver fantasmas donde no hay, que la viste de victimismo cuando podría haberse defendido con un simple tortazo (como las antiguas) si tal beso le hubiera resultado incómodo. Porque ¿no es acaso una mujer libre, que ha ganado una copa por el esfuerzo del equipo?
Independientemente de la opinión que pudiéramos tener sobre la persona del Sr. Rubiales, al desmentir lo dicho y recogido en las redes después de haberlo visto y escuchado medio mundo, y en aras de ser políticamente correctas, las chicas del fútbol han perdido cualquier atisbo de credibilidad.
Ni es #MeToo ni nada que se le parezca, Jenni no recibía nada a cambio de un beso, es un culebrón que beneficia a los de siempre.
Mientras algunos nos preguntamos cómo puede dar tanto de sí el tema, conocemos la noticia de la reincidencia de uno de los presos liberados gracias a la Ley de la señora Montero. Pero ante esta campaña de vejación y abuso de poder, si, de poder, por parte de la señora Montero, que ha posibilitado y facilitado la libertad de delincuentes que, además, reconocen que no pueden reprimir (como animales) ni controlar el impulso que les lleva a cometer el delito, no hay consecuencias ni responsabilidades. Quizás sea todo esto una forma más de poner por encima a los animales, o a quien tenga esos instintos animales, por encima de las personas y su protección, como ya se viene haciendo. La paradoja es que la responsable de la reducción de condenas no dimite, y el presidente del gobierno que lo permitió, tampoco actúa. Han sacado a violadores, es decir, verdaderos delincuentes que agreden a las mujeres, y no dimiten a pesar de que si hubieran hecho bien su trabajo, o simplemente se hubieran estado quietos, la víctima de este intento de violación no habría tenido que sufrir la violencia que conlleva dicho acto, y que nada tiene que ver con un beso de celebración.
Conseguimos una hazaña deportiva y queda ensombrecida por las supuestas feministas modernas, cuyos gritos incitan a otras mujeres a cambiar todos los testimonios iniciales, dichos con naturalidad, normalidad y sin retorcimiento. Mujeres presionando a mujeres a mentir.
Dicen que las comparaciones son odiosas, y esta es una de ellas. El Rubi, como le llaman las jugadoras en el autobús, es un jefe descarado pero que, en contraposición a las denuncias del #MeToo (este otro tema también da un poco de pena porque valientes fueron, no las que denuncian después de un éxito, sino las que no tragaron, no se vendieron, y por tanto, no triunfaron), no había extorsionado, ni ofrecido nada a cambio de un beso. Jenni no se vendió para conseguir nada.
Valores como el esfuerzo, la constancia, el trabajo en equipo, se ven eclipsados con tanta y bochornosa tontería que nos ha llevado incluso a estar en el punto de mira internacional…e incluso a una madre a empezar una huelga de hambre.
Lo único coherente que ha pasado hasta el momento en que termino de escribir estas letras, es que Jennifer Hermoso no ha denunciado a Rubiales por agresión, porque sabe que no la hubo, y que conllevaría una pena de perjurio en los tribunales. Ojalá demuestre que es verdaderamente una «mujer libre».
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