Resulta fantástico para la mente y el espíritu presenciar lo que confío que será la punta de lanza en favor de una regeneración espiritual, cultural, social y emocional para España y el mundo hispano gracias a la película Hispanoamérica. Asumo que las mentes polarizadas difícilmente podrán comprender mi entusiasmo cultivado durante años, gracias a escuchar conferencias aquí y allí; leer libros de autores valientes y combativos, quienes con un esfuerzo heroico nos entregan el fruto de su trabajo para hacer honor a la verdad. Verdad… ¿Quién te hallara sin ambages?
En modo distinto a lo que cuenta Juan Manuel Zunzunegui, escritor mexicano, me declaro también «hispanoconfundida». «Hispanoconfusa» más por ignorancia que por desdén, como sí vemos que ocurre en México y otros países. Aquel caldo confuso en mi mente desapareció por completo hace tiempo, porque sí, lo afirmo el Imperio español fue civilizador, no colonizador, para disgusto del divulgador protestante César Vidal.
Enfrentarnos a nosotros mismos como españoles con el tema de la verdad verdadera sobre Hispanoamérica, causas y consecuencias, nos toca el orgullo y la soberbia, ¿por qué? Porque es una humillación tremenda. Cualquier español que haya logrado aprender esta verdad histórica, si alberga un mínimo de honestidad admitirá la cruda y bochornosa realidad: no hemos luchado contra la mentira. Hemos transitado pasivamente durante siglos aceptando muchas mentiras sobre nosotros mismos, sobre nuestra nación. Y sí, hemos. Cada quien desde su ámbito.
España
Que las élites españolas sucumbieron al francés con la llegada de los Borbones, es una causa. Que Carlos III expulsó a los jesuitas movido por sólo Dios sabe qué, causa. Que la Real Academia de Historia durante décadas ha sido un cero a la izquierda, otra, incuestionable. Que los libros de texto españoles son una infamia, cierto. Que tuvieron que ser otros quienes comenzaran a caer en la cuenta de que el fecho español hasta la desaparición del Imperio de la Monarquía Hispánica es «el» acontecimiento sin precedentes en la historia de la humanidad, causa. Que las clases política, intelectual y empresarial españolas de antes y de ahora, las llamadas élites cabalgan a lomos de la traición, omisión y bajada continua de pantalones, hechos.
Sí, hemos, no fueron. Hemos, todos los españoles. Los de antaño, los de hace dos días y los del presente, transitado por la mentira. Transitado y permitido.
El Imperio español fue civilizador, no colonizador.
Quizá surjan sentimientos de vergüenza, de culpabilidad. Aparecerán complejos. Es razonable preguntarse ¿por qué tan calzonazos? ¿Por qué tan pocos arrestos, tan poca gallardía, honra, amor a lo propio? ¿Por qué los típicos comentarios «qué envidia nos dan los británicos con sus celebraciones»? O «fíjate, los americanos (del Norte) todos a una siempre». Si estos sentimientos de confusión, vergüenza y humillación no brotan, es que uno, en cuanto español que asume su origen con sano amor y orgullo, no ha tocado fondo en su razonamiento o quizá siga siendo un ignorante sumido en la indiferencia ante el conocimiento.
Desde hace años me rondaba una idea por la cabeza que me llevó a concluir una teoría. Esos pensamientos donde uno se lía consigo mismo. Creo que mi teoría podría tener parte de verdad, parte de autoengaño y parte de rendirse ante el misterio de lo humano.
Aun vislumbrando desde mi ignorancia la verdad sobre nuestra historia, las hazañas que los españoles de entonces lograron, el espíritu, arrojo que mostraron, ese hacerse España a sí misma al reproducirse en la Nueva España y la hegemonía internacional durante varios siglos. Esa realidad del subsidio del Estado impulsando la iniciativa privada y trabajando al alimón, como supuso el hecho de la ruta marítima del denominado Galeón de Manila.
Internamente me cuestionaba por qué no decíamos nada, no habíamos hecho, dicho algo. Insisto, mascullaba ajena a la perversidad en fondo y forma de la Leyenda negra (RIP).
Mi teoría concluía con un “claro, la esencia católica que es la incontestable realidad de la España de entonces conduce a la humildad, el humilde no pregona sus éxitos, hace lo que tiene que hacer y punto”. Y sin ser consciente trataba de justificar de algún modo lo injustificable echando mano de la mentalidad, de las actitudes de los españoles de entonces: eran católicos. Los de entonces sí ¡Pero no los de después!
Mi teoría se mascullaba porque también venía dándole vueltas al influjo protestante en la historia, ergo desde mi ignorancia no andaba desencaminada.
El contexto de mis pesquisas entraría dentro de lo que los historiadores denominan la historia de las mentalidades, cuestión de plena y necesaria actualidad. Abordar la mentalidad protestante y su influencia, y la mentalidad católica y su influencia, es una cuestión pendiente en los historiadores, porque esa y no otra es la verdad verdadera de todo el meollo de la «hispanoconfusión». Y las consecuencias son palmarias, más de 500 millones de personas hablan español en el mundo y sus países, todos, subordinados y subyugados a otros.
Generación del bien y del mal
Así, por ejemplo, para el sacerdote escritor Gabriel Calvo Zarraute, los males de la civilización cristiana europea en general, como de la Iglesia católica en particular, comenzaron con la Paz de Westfalia (1648) porque condujo a una supremacía política de las naciones dirigidas por protestantes. La afirmación de Zarraute no contradice la del profesor Jean Delumeau, historiador francés y precursor de la historia de las mentalidades. El profesor Delumeau con su obra «Le catholicisme entre Luther et Voltaire» tuvo la osadía de cuestionar o echar por tierra postulados asumidos de que la época medieval fue menos religiosa de lo que se venía afirmando acarreándole todo tipo de críticas por parte de sus colegas historiadores.
El pensamiento religioso o ausencia de él es incuestionable que conforma la cosmovisión sobre el hombre y el mundo en cualquier periodo de la historia. Por ejemplo, me llama la atención que en el siglo XXI los expertos en geopolítica no tengan en cuenta este factor cuando es determinante. Cabría preguntarse, en qué medida la mentalidad religiosa o atea del individuo político: Netanyanhu (judío), Putin (ortodoxo), el presidente iraní Ebrahim Raisi (chií) o Xi Jinping (confusionista o taoísta) influyen algo, mucho o nada en sus decisiones y cómo ven el mundo estas personas.
La verdad forme parte de nuestra vida
Me subo al carro de la regeneración espiritual, cultural, social y emocional de los españoles y de los hispanoamericanos. Traguemos los sapos pertinentes, seamos humildes, pero no lerdos y salgamos de nuevo al mundo sin complejos, con honra, nobleza, gallardía y verdad. Hacer prevalecer la verdad es una obligación. Implica combate, lucha, determinación y acción.
Así y solo así la esperanza hará realidad lo que íntimamente, en lo más profundo de nuestro ser español, toda persona de bien y amor a la patria anhela, nos encontraremos con nosotros mismos. Y lo más importante: la verdad formará parte de nuestra vida en común y quizá algún día celebraremos la Fiesta de la Hispanidad, La Vuelta al mundo de Elcano, el Tratado de Tordesillas, a Isabel, la Católica, a Urdaneta y a Felipe II como se merecen.
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