A medida que hablo con personas de toda índole y circunstancia, una constante se repite: «¿Qué está pasando en España? ¿Qué le pasa a esta sociedad que ante tantos atropellos no se mueve ni pa’lante ni pa’trás?» Al vaivén de la conversación , tarde o temprano aparece la pregunta, que no duda. Además, se dibuja en los rostros silencio y preocupación.
Algunos nos adentramos en lanzar hipótesis tratando de comprender ese algo que flota en el ambiente y que de algún modo nos asfixia. «La izquierda siempre se ha organizado mejor»; «No existe un músculo fuerte en la sociedad civil que prescindiendo de los políticos nos movilicen a todos»; «Ya, pero si te fijas, todo el mundo coincide en lo mismo, y esto toca la fibra y te llena de indignación seas de izquierdas, derechas o mediopensionista» ¿Entonces?
El cisne negro
Afortunadamente surgen acciones felices como la que estos días llena las salas de cine y nos hace olvidar, aunque sea por un rato, esa negra nube que se cierne sobre España. Hablo del documental «España, la primera globalización«.
Un acontecimiento feliz para todos, porque nos reconforta y reconcilia -por la verdad que se nos expone-, con nosotros mismos, los españoles (de entonces y de ahora). Sin embargo, es cierto que los españoles de aquellos siglos de feliz memoria no eran como los del presente ¡Qué va! Quizá porque entonces había alma, sed de búsqueda, de progreso, de verdad en definitiva y sobre todo había valor, arrojo, ambición por conocer más y más.
¿Hubo protestas en la península porque el Reino de España ensanchara sus fronteras? Parece que no consta. ¿Se empobrecieron las sociedades bajo el mando español a uno y otro lado? Parece que tampoco. ¿Se incrementó el comercio, el trabajo, las expediciones marítimas y comerciales? Sin duda. ¿Cuándo alcanzaron la cumbre las letras españolas, pensadores, humanistas, artistas, investigadores e inventores? Sin lugar a dudas, durante el Imperio español.
Sin embargo, es cierto que los españoles de entonces no eran como los del presente, quizá porque entonces había alma, sed de búsqueda, de progreso, de verdad en definitiva
Duda y sabiduría
En aquella época, surgieron dudas en las mentes pensantes. Esto me conduce a pensar que dudar es bueno y muy sano, porque indica que buscar la verdad de algo pasa por replantearse los propios principios, creencias, seguridades y sin miedo. Lo contrario de lo que vivimos ahora, ni se duda, ni se piensa, ni se cuestiona, nos dejamos aplastar y punto.
¿A qué tipo de duda me refiero? La historiadora Solange Alberro lo explica muy bien en la forma propia del historiador que antes se ha planteado la cuestión y luego, en base a los hechos, afirma algo determinante: «En la historia del colonialismo nunca hubo un país que se interrogó sobre los principios que le permiten actuar y entrar en contacto con otras sociedades. Ni los ingleses, mucho menos los franceses, se plantearon estas preguntas. Me parece que es algo digno de subrayar, la Monarquía española se lo planteó ¿Tenemos derecho? ¿Cuáles son los límites?».
El contexto de la afirmación anterior fueron las Capitulaciones de Valladolid, donde el Rey Carlos I le concede a Magallanes «Por cuanto vos, Fernando de Magallanes, caballero natural del Reino de Portugal, y el bachiller Ruy Falero, así mismo natural del dicho Reino, queriéndonos hacer señalado servicio, os obligáis de descubrir en los términos que nos pertenecen y son nuestros en el mar océano, dentro de los límites de nuestra demarcación, islas y tierras firmes, ricas especierías y otras cosas de que seremos muy servidos y estos nuestros Reinos muy aprovechados, mandamos asentar para ello…»
Y el hecho intelectual, a mi modo de ver maravilloso, fue lo que ocurrió después. Del hilo de la historiadora Alberro, seguimos: «Desde el siglo XV surgieron dudas, por ejemplo en la Junta de Burgos de 1512 se empezó a discutir si se podría o no conquistar, se discutió la validez moral y religiosa de la Conquista y la introducción de nuevos principios en el Nuevo mundo. Los dos puntos fundamentales fueron los derechos naturales «si tenían derechos o no», no se hablaba de indios sino de naturales. Las justas causas por las que España podía intervenir y la legitimidad de la conquista«.
Qué prodigio, una duda profunda llena de sabiduría, temor y humildad. La historia nos demuestra que las dudas quedaron resueltas, ¿cómo? Con principios y sólidos fundamentos, filosóficos, teológicos, éticos y morales.
Élites perversas
Lo que hoy vivimos es lo opuesto a lo que ocurrió siglos atrás gracias a unos gobiernos enclenques y a unas élites perversas ajenas a la verdadera intelectualidad de siglos pasados. Entonces reinaban principios y era causa obligada dedicar tiempo, esfuerzo y razón a discutir la realidad. Las élites del Siglo XXI tan extrañas y apartadas del bien verdadero nos presentan «frutos granados de progreso, ciencia y tecnología» sin cuestionamiento alguno sobre el alcance, consecuencias, legitimación y sobre todo legalidad. Por poner un ejemplo, el abuso de los Google, Facebook, cambio climático y demás parentela, o ese «buenismo» de manga ancha a lo Justin Trudeau o Macron.
Estás «élites» más bien parecen la mano negra que mece la cuna, juegan con los seres humanos (sea en Occidente, Asia, África) no para dar progreso real, sino sumisión, carestía de la vida, empobrecimiento salarial y explotación a todos los niveles.
A su antojo nos plantean transformaciones fuera del orden natural y sobre todo oscuros objetivos porque destruyen la esencia del ser humano, sus vínculos, su patrimonio, como el claro objetivo de destruir la célula esencial de la sociedad: La familia.
Sí, hablo de esos pequeños seres que se creen dioses romanos enarbolando la Agenda 2030, y todo lo verde, sostenible y energéticamente renovable que sí afecta nuestras vidas, bolsillos y costumbres, pero no los suyos.
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