Quisiera no ponerle cara, boca, ojos… a este artículo: ni los de la singular abuela ni los de la pobre criatura que ha tomado su primera bocanada de aire bajo el chispear de los flases. La insensatez publicitada de esta señora y sus ocurrencias de niña rica, ha sido la espoleta con la que ha estallado una bomba de consecuencias imprevisibles. El capricho, la frivolidad, la necesidad de tapar heridas con el amor servil de un bebé van mucho más allá de una ocurrencia con sello de una Exclusiva que se promete perpetua. La vida convertida en comercio: pago, me pagas, me vuelves a pagar, y a cambio cuento, enseño, cargo sobre una inocente mi locura, mi antojo, mi necesidad de disfrazar mi soledad (“mi, mi, mi”…), provocando un debate que juega a mi favor (otro “mi”), porque mezclo la compasión que merezco con la belleza del florecimiento de toda vida humana.
Lo que estamos viviendo –que no es un fenómeno nuevo: conocíamos otros casos sonados e, incluso, casos particulares y cercanos– es un adelanto de lo que nos espera. Empezó como una excusada necesidad de llenar el corazón, cuando se trata de un monstruo repugnante, el de la maternidad subrogada con el que equilibraremos el suicidio demográfico de occidente. Los gobiernos de las sociedades envejecidas y ricas pagarán a las mujeres que, a cambio de dinero, se especialicen en la actividad nodriza; entregarán sus años fecundos a cambio de un buen sueldo. Brindarán sus vientres para que se desarrollen los embriones producidos en los laboratorios y parirán hijos-cassete, que las matronas tendrán prohibido colocarles junto a sus rostros para que les depositen sobre la carne rosada un primer beso. El amor desinteresado está vetado a la gestante de alquiler.
Las mujeres se verán al fin liberadas del engorroso embarazo, del desagradable parto (que lo sufran otras), y las empresas y las administraciones públicas se frotarán las manos, ya que no quedarán resquicios por donde se pueda escapar la productividad de sus empleadas y funcionarias. Habrá granjas destinadas a la implantación de cigotos, criaderos de embriones y programas selectivos para que los diminutos ciudadanos, una vez fuera del útero pagado, se vayan convirtiendo en hombres y mujeres provechosos para sustituir las bajas por deceso en las eficaces cadenas de producción.
Cambiará el paisaje de las ciudades: veremos gente solitaria con su criatura recién comprada, ancianos que rejuvenecen al empujar el carrito donde duerme un rorro al que no saben si calificar de hijo, nieto o biznieto, y que adquirieron en un saldillo de embriones, porque, según la ley de la oferta y la demanda, sobrarán vidas en probeta por todas partes. Dos por uno, tres por uno, seis por uno… Y se fundarán empresas para la destrucción de los tanques de nitrógeno líquido que almacenan cientos, miles, cientos de miles de vidas congeladas en el inicio, como yogures a los que les llegan a fecha de caducidad en un lineal del supermercado.
Las clínicas que prometen el sueño de ser padre, serán las mismas que cuenten con una bolsa de vientres, las mismas que pongan anuncios ofertando plazas para los potros de inseminación, las mismas que ofrecerán regalos, viajes y demás incentivos a las candidatas que reúnan las mejores cualidades de salud y genética (quizás les examinen los dientes, como a los caballos y a los esclavos), en su mayoría inmigrantes de los países pobres. Se buzonearán catálogos con pluses por cada embarazo múltiple (abaratan el proceso). También se recompensará generosamente –como se viene haciendo desde hace décadas– a los donantes anónimos de esperma y de óvulos, cuyas células reproductivas serán calificadas a partir del color de los ojos del donante, de la calidad de su piel, de su historial médico… La unión de dos células sexuales de origen superior (como el jamón que se vende en Sánchez Romero) será, lógicamente, más cara, pues garantizará un bebé saludable y guapo, un niño de buenas notas, opositor, médico o hábil gestor de fondos patrimoniales con posibilidad de hacer una buena boda. Y si el cliente exige que la maternidad subrogada lleve óvulos o espermatozoides propios o de parientes directos, vivos o ya fallecidos que se parezcan a la tata Amelia o al abuelo Honorato, la factura se pondrá por las nubes.
Este es el panorama. Y sobre este panorama habría que realizar el debate que pretenden algunas fuerzas políticas que quieren estar en misa y repicando, pues su única voluntad es que se apruebe el bebé a la carta cuanto antes, ya que en su visión del Estado no existe la función de proteger a los débiles sino de legislar a beneficio de adulto. En este caso de adulto millonario, caprichoso y liberal, de adulto que lee el ¡Hola! en la peluquería y se identifica con las entrañables declaraciones de la mujer que ha pagado el circo en el que se cría una inocente, que si ha venido al mundo ha sido para solucionar el desequilibrio afectivo de su abuela.
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