Que la Inteligencia Artificial convierte a las personas en máquinas mucho más productivas no es algo nuevo. Sin embargo, con la implementación y el acceso del común de los mortales a ChatGPT y sus últimas versiones vuelven los titulares sobre lo importante que es ser productivo y aumentar el rendimiento. Pero, ¿qué significa esto realmente?¿Acaso el ser humano está hecho únicamente para producir? ¿Existimos solo para convertirnos en autómatas que hacemos, hacemos y volvemos a hacer?
Uno de los últimos libros de Byung-Chul Han, filósofo y teólogo coreano afincado en Alemania, reflexiona sobre el cansancio al que está llegando esta sociedad esclava del rendimiento continuo.
La Sociedad del Cansancio nos hace reflexionar sobre el exceso de lo positivo. La violencia del positivismo se despliega en la sociedad pacífica y permisiva y no presupone ningún tipo de enemistad. Una violencia que aísla y destruye, un sufrimiento que se provoca uno mismo cuando se autoexplota a base de ese exceso de rendimiento que le permita llegar a todo.
Cuando el ser humano vive a base de una actividad que no cesa, da paso al infarto psíquico. El cerebro colapsa porque, ¿dónde queda la contemplación de la vida? ¿Por qué hemos permitido cambiar celebrar la fiesta auténtica (y hasta sagrada) en favor de esos eventos llenos de talleres, actividades y ludotecas organizadas para públicos de todas las edades?
La actividad a las que nos sometemos los humanos es tan trepidante que la vida se nos pasa en un abrir y cerrar de ojos. Tempus Fugit. No es de extrañar, por tanto, que haya corrientes científicas que defiendan el transhumanismo y que haya personalidades con una influencia social como la de uno de los primeros espadas radiofónicos que quiera vivir al menos 150 años con plena salud y conciencia. Sin embargo, tenemos fecha de caducidad, y aunque la esperanza de vida media ha aumentado, cada cual debe recordar que es hoy y solo hoy ese regalo que es la vida. Cuando el “hipercapitalismo convierte todas las relaciones humanas en relaciones comerciales” (Byung-Chul Han p. 117, 2022) conviene recordar que la vida no es un objeto, no se puede vender ni comprar aunque muchos se empeñen en ello. Aunque incluso llene titulares y opiniones varias en los programas sensacionalistas. La vida humana es un misterio, un milagro, una oportunidad para amar en la eternidad. Cuando sucede la vida llega la plena conciencia de lo que significa la entrega sin medida, solo con ella se entiende que es imposible resolver la incógnita de cuánto vale una persona, porque su valor es incalculable, es única, exclusiva e inigualable. No hay vida igual a otra.
Es imposible resolver la incógnita de cuánto vale una persona, porque su valor es incalculable, es única, exclusiva e inigualable.
Nuestro deber como sociedad en esa búsqueda de la felicidad, de formar un lugar seguro en el que podamos convivir en paz, pasa por romper los eslabones que intentan engarzar cada etapa de la vida, incluso en la preconcepción, al encadenamiento de la comercialización continua. ¿De qué sirve ser productivos si no somos capaces de tomar conciencia de que el auténtico tesoro es ese tiempo que se va y no regresa?
El breve ensayo de Byung-Chul Han cae como plomo porque es una denuncia a esta sociedad del exceso, del culto al trabajo, al éxito que resulta no serlo y a la mal llamada autorrealización.
En estos días, en los que la naturaleza explota y llena de color los campos, sería interesante pararse y darle una oportunidad a la vida contemplativa. No solo mirar las nubes o las flores. Observarse en el espejo en quién nos hemos convertido, qué significa para mí triunfar, o tomar conciencia de la propia vida. Porque cuando uno lo quiere todo, al final no es capaz de tener nada.
Elegir supone un rechazo en positivo. Amar lo que se quiere hasta tal punto que si el tiempo se detiene justo hoy sintamos que la vida ha sido plena, que ha merecido la pena. Porque la vida cómoda sin amor es una pobre vida. En estos días será necesario parar y pensar: ¿amo todo lo que quiero?
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