Ayer estuve viendo, por enésima vez, con mi hija “Sentido y Sensibilidad”, de Jane Austen, con una maravillosa Emma Thompson.
Aunque los diálogos de “Orgullo y Prejuicio” me parecen mucho más ingeniosos, tengo que reconocer que ver estas películas, o leer estos clásicos femeninos me recuerdan valores un poco perdidos.
Hoy, en aras de la sinceridad, la libertad y muchas otras ocurrencias, hemos perdido la capacidad de agradar y casi respetar a otros, por mucho que se nos llene la boca de pedir respeto.
“Mi bienestar termina donde empieza el de los demás“
Esta frase nos la repitieron varias veces en unas sesiones de coaching a las que asistí y funciona bien mientras mi bienestar no disminuya demasiado, pero si tengo que renunciar a algo, si tengo que morderme la lengua para no herir, esto es ya otra cuestión y se falta a esta máxima de forma habitual, ejemplo tenemos en algunos políticos.
Poniéndonos en situación fílmica, la hermana segunda, Marianne, a pesar de ser buena chica, vive casi en esa línea. Presume de ser sincera y expresarlo todo, atreviéndose a juzgar y menospreciar a la hermana mayor Elinor sin pensar en los motivos que ella tendría para actuar en la forma que lo hacía.
La actitud de Elinor era la de respeto, coherencia y renuncia a su beneficio, poniendo el peso de la balanza en agradar a los demás, intentar comprenderles y no juzgarles. Esto es justo lo que nos recuerda el Papa Francisco en este año de la Misericordia.
Su bienestar era el último de la lista, todo lo contrario de lo que se suele oír: piensa en ti, luego en ti y otra vez en ti. Tienes derecho a …, sólo tenemos derechos y, muchas veces imponemos nuestros derechos por encima de los de los demás. Quizás tengamos que gravarla en el cerebro por ello, por que ha desaparecido.
Otra perspectiva que también está en desuso es la de los modales, quizás demasiado formales como correspondería a la Inglaterra de esa época, ya que el libro fue publicado en 1811, pero necesarios en un grado normal.
Un saludo, siempre, un por favor, dar las gracias. Palabras y actitudes sencillas que hacen la vida un poco más agradable, que indican al otro que le tenemos en cuenta, aunque sea formalmente, y que no nos merecemos nada. Que valoramos un saludo, pase usted, y un gracias aunque sea por acercarme un vaso de agua.
Entramos en los ascensores como borregos, y el saludo es casi una reminiscencia histórica, a veces se cree oír una articulación que no llegamos a entender, quizás por vergüenza a lo que el otro pueda pensar…“que horror, pueden pensar que soy educado”. Dar las gracias o pedir las cosas por favor se ha ridiculizado tanto que apenas se usa. Sin embargo, estos son palabras que hacen la vida cotidiana menos cotidiana. Hay veces que tenemos que pararnos a pensar que entra una persona en el ascensor o en el portal y no un fantasma. Y mostrar que agradezco que me acerquen el agua en la mesa, que me dejen pasar o que me sujeten la puerta.
Otra situación que he observado últimamente es la de algunas de nosotras al volante, y relato algún caso vivido en primera persona.
Acababa de dejar a mi hijo con sus amigos, al parar me quedé encajonada y no tenia mucho margen, así que pedí al de delante que avanzara un poquito con un gesto desde el coche, se bajó una chica que acompañaba al conductor y comenzó a dar golpes en mi coche y a gritar insultándome. Era una situación inesperada, su agresividad me provocó miedo y, la verdad, salí a toda pastilla de allí.
Al día siguiente, subiendo la cuesta de mi casa, un señor mayor en un coche me adelanta por donde no debe, se equivoca de salida, se mete sin mirar en mi carril, seguimos por la carretera, se para sin señalizar, se desvía, y se vuelve a poner en mi carril sin mirar, pito para evitar la colisión y su señora, o al menos eso parecía, una mujer de más de 70 años, comienza a gritar por la venta, y me hace un corte de manga. Evidentemente, para esta buena mujer, la carretera era de su marido y sólo para él, con derecho incluido a cometer todo tipo de infracciones.
Tengo una lista de incidentes cometidos, muy a mi pesar, por mujeres.
Creo que hemos perdido un poco de sensibilidad, ya no sólo femenina, sino humana, y mucho sentido común y sensatez, como define el título original de esta película.
No estaría de más recuperar algo de esto y así poder cumplir la frase anteriormente escrita, básica para cualquiera con educación, de respetar a los demás y pensar en ellos. Quizás por ello últimamente me gusta felicitar a las buenas dependientas.