El segundero parecía ir cada vez más lento y ya no le quedaba ninguna baldosa en la sala de espera por pisar. Paseando en círculos, Marla acariciaba los rizos que asomaban tímidamente por la cabeza de Elvira. A pesar de tener un chupete como obstáculo, la niña sonreía. Pero lo que más enamoraba a Marla era el profundo azul de sus ojos. Muchos afirmaban que eran los mismos de su marido, pero ella estaba convencida de que esa mirada era la de su madre.
-Marla Garcia.
Con un sobresalto cogió el bolso y entró en la consulta. Un médico con el rostro arañado por la edad le esperaba tras un escritorio.
-Buenos días -estiró la boca en una sonrisa-. Soy Fernando.
-Buenos días -Marla se las apañó para dejar el bolso en la silla sin soltar al bebé de sus brazos-. ¿Qué tal?
-Pues lo mismo de siempre…. muchos enfermos -rió burlonamente-. En fin, ¿qué sucede?
-Verá -Marla empezó a explicar-, resulta que, como puede ver, soy novata en esto de la maternidad.
-¿Es su primer hijo?
-Así es.
-Es una preciosidad -el médico miraba a la niña por encima de las gafas-. ¿Cómo se llama?
-Elvira; muchas gracias.
-Y dice que es usted novata en esto de la maternidad…
-Ah, sí… Bueno, resulta que hace poco me quedé embarazada otra vez. Y no podemos permitirnos cuidar a dos bebes a la vez. Mi marido y yo creemos que lo mejor sería interrumpir el embarazo. Así, no sé… -Marla se encogió de hombros-, sería más fácil.
-Entiendo -Fernando empezó a escribir en su ordenador-. ¿De cuánto tiempo está?
-De unas seis semanas.
El médico se levantó arrastrando levemente la silla y se dirigió a una estantería, al fondo de la consulta.
-Verá, Marla, no es desacertada su idea de abortar y podríamos encargarnos de todo -empezó a rebuscar entre los libros-. Algún día debería ordenar este desastre…-murmuró entre dientes.
-A mí me pasa lo mismo con la bibloteca de mi casa.
-Pero, quiero decirle -continuó sin dejar su búsqueda- que abortar le puede causar alguna serie de problemas, malestares, y durante el proceso se puede poner enferma. ¡Aquí está!
Fernando se giró con un bisturí del tamaño de un antebrazo y acudió a un lavabo. De un armarito sacó unos guantes de látex.
-Será más fácil si acabamos con Elvira en un segundo. Así ustedes se quedarán con un solo bebé, como desean.
Después de un silencio incómodo, Marla acabó por romper en una nerviosa carcajada:
-Vaya. Esto no me lo esperaba…
-Le advierto que no es ninguna broma -el gesto del médico se había endurecido-. Traiga aquí a la niña.
-Disculpe -se puso seria-, pero esto ya no tiene gracia.
La tensión era palpable. Una confusión empezó a recorrer la espalda de Marla con un frío temblor. De forma instintiva sujetó a su hija con fuerza. Las palabras entonces le salieron a trompicones, con un tartamudeo:
-No sé si es una broma, pero me está haciendo sentir muy incómoda.
-No debería de extrañarse -Fernando soltó el bisturí y se sentó sobre la mesa sin dejar de mirarla-; el crimen es el mismo.
Durante unos segundos solo se oyó la respiración de la pequeña. El médico continuó:
-Las cosas no dejan de existir cuando cerramos los ojos. Y aunque usted no los vea, la pequeña criatura que lleva en su seno también tiene los ojos de Elvira.
Autor: José Mª Hernández Villalobos
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: