La muerte es un momento que llegará a cada ser humano, nos rebelemos o no. No obstante, ni suele esperarse ni tampoco desearse. Perder a un ser querido es uno de los trances más complicados que puede sufrir una persona y tras eso existe un duelo. “La muerte es un proceso que no se puede evitar y tampoco nadie debería ocultar. Es un proceso natural. Ocultarlo puede afectar más al duelo”, declara Irene Ferreras, psicóloga.
Perder físicamente para siempre a alguien que se ama, daña a nivel emocional, altera y afecta la vida familiar, el trabajo o los estudios. Nadie educa para afrontar y asimilar la muerte. “Cuando se inicia el duelo uno se encuentra descolocado y desganado. El duelo ayuda a interiorizar lo ocurrido”, asegura Irene. Como dicen muchos expertos en psicología el duelo significa “no olvidar al ser querido, pero sí comenzar a vivir sin él”.
“La muerte es un proceso que no se puede evitar y tampoco nadie debería ocultar. Es un proceso natural. Ocultarlo puede afectar más al duelo”
Según la psicóloga “tanto si la muerte era previsible tras una larga enfermedad como si se produce de forma inesperada, las reacciones de la persona, se producen a nivel físico y a nivel emocional”. Y Ferreras precisa:
- A nivel físico: Se produce un vacío en el estómago, opresión en el pecho o garganta, hipersensibilidad al ruido, falta de aire, despersonalización o debilidad.
- A nivel emocional: Se evidencia tristeza, enfado, culpa, ansiedad, fatiga, impotencia, shock, anhelo, incredulidad, confusión, preocupación y alucinaciones. Pueden aparecer conductas como trastornos del sueño o alimentarios, aislamiento, desorganización sueños con la pérdida, evitación de recuerdos, búsqueda o llamadas al fallecido, hiperactividad y llanto.
Curar las heridas durante el duelo
La profesional propone “más que una terapia para el duelo, un cambio de actitud”. Esto es: “Despojar a las pérdidas el halo de prohibición y hablar de ellas cuando ocurren”, asegura.
Vemos la muerte como algo tardío y ajeno a nosotros. Por eso cuando llega, duele tanto interiorizarla y asentarla. “Hay que permitir a las personas expresar sus emociones por el ser querido, sufrir, participar en próximas decisiones y así lograr regularizar el duelo”, manifiesta Irene.
Respecto a las fases del duelo, Ferreras habla de tres:
- Conmoción/ aturdimiento: Días posteriores al fallecimiento del ser querido, se puede eludir de un modo pasajero el dolor.
- Realidad de la pérdida: Se presenta fuerte la emoción y cabe el comienzo de un proceso de derrumbe que puede durar meses. Estudios sugieren que el peor momento del duelo suele suceder el cuarto mes. También ocurre así en fechas señaladas y especiales como el primer aniversario de la muerte, el cumpleaños o las navidades. En estas ocasiones y épocas de mayor estrés se habla de regresiones en la elaboración del luto.
- Recomposición: Es un proceso lento que puede prolongarse años. Esto varía normalmente del apoyo social efectivo y de los recursos emocionales de cada uno.
A nivel teórico se han propuesto una serie de estados que no tienen que ocurrir en ese orden:
- La primera autora Kúbler-Ross planteó etapas muy conocidas: Negación; Rabia; Pacto; Depresión y Aceptación.
- Seguidamente Parkes, propuso las siguientes: Insensibilidad; Anhelo y rabia; Desorganización e inquietud y Reorganización de la conducta.
Modos de afrontar la pérdida
En el libro “The year of magical thinking” de Joan Didion, la autora habla del duelo, concretamente de la muerte de su marido y los meses posteriores y refiere: “Los supervivientes miran atrás y ven presagios, mensajes que se les pasaron por alto.
Recuerdan el árbol que murió, la gaviota que manchó en la capota del coche. Viven por medio de símbolos. Ven significado en la descarga de spam en el ordenador no utilizado, la tecla de borrar que deja de funcionar, el abandono imaginado en la decisión de reemplazarla”.
En la actualidad, según la experta, se puede proponer resolver activamente cuatro desafíos:
- Aceptar la realidad de la pérdida: Durante los primeros días existe una cierta tendencia natural a no admitir la muerte o no darse cuenta de la ausencia del ser querido. Se piensa que llamará o aparecerá en cualquier momento.
- Sentir y elaborar el dolor y otras emociones: Después del aturdimiento y la confusión, hay que saber sentir otras emociones (se trata de una aceptación emocional de la pérdida): Expresar, llorar, mostrar enfado y desconsuelo. Cualquier evitación o retraso del natural sufrimiento prolongará el duelo innecesariamente.
- Adaptarse a los cambios en el medio: Sobre todo en el caso de cónyuges, padres o hijos. Con la muerte de seres tan cercanos, se rompen rutinas que estaban asociadas al difunto y resulta un complejo proceso de reajuste mental.
- Recolocar al desaparecido emocionalmente y reanudar la propia vida: Los recuerdos que tenemos de la persona no van a desaparecer, pero tampoco regresará a nuestra vida. Podemos conservar algún obsequio y verbalizar vivencias. Nos damos permiso para dejar el luto interior y pasamos de decir «estoy casada» a «soy viuda», por ejemplo. El paso final es despedirse para siempre sabiendo que jamás se va a olvidar.
Transitar las duras fases
Irene recomienda el “asesoramiento del duelo”: “Si la persona siente mucha dificultad para gestionar y afrontar la pérdida, este consiste en acompañar a la persona a transitar por las desafíos del duelo, concediéndose el tiempo que necesite, expresando su dolor y elaborando con especial atención las emociones de culpa, enfado y alivio, que son las que probablemente complican más el duelo. Es importante que reciba el apoyo de su gente”.
Ferreras indica algunos ejercicios que se realizan en terapia con el doliente y que ayudan a pasar por las fases:
- Imaginación guiada (silla vacía): Se invita al paciente a que se dirija al difunto y le hable. Similar a esto, el psicodrama, donde una persona representa al difunto y dialoga con el paciente sobre cualquier asunto.
- Rituales personales: Pueden incluir aspectos religiosos, reuniones familiares, quemar una carta o dejar algo con significado en la tumba.
- Decir adiós: Al final de las primeras sesiones se pronuncia en voz alta “adiós por el momento”. Cuando remata la terapia, el paciente es capaz de decir “adiós para siempre”.
El duelo finaliza cuando la persona es capaz de hablar de la persona fallecida sin signos intensos de tristeza o ansiedad y “cuando se retoma la reorganización personal”. Por otro lado, puede alargarse en el tiempo cuando la muerte es trágica o inesperada y causa un fuerte shock en la persona.
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