Leía hace poco1 que las mujeres se han “criado” como cuidadoras y cuando no se ponen a disposición de los demás para atender sus necesidades materiales o emocionales, generan un sentimiento de culpa. Según esta visión, la culpa alimenta en las mujeres una rabia contenida, que les daña y paraliza para abordar cambios constructivos y reales en sus vidas.
Dos modelos de mujer
Resulta difícil liberar ese sentimiento de culpa de las mujeres, porque es como si tuvieran que elegir entre dos modelos de actuación.
Uno, el de la mujer que sacrifica su felicidad por la de los demás, que renuncia a sus proyectos y su tiempo, obligada a presentarse pintada y arreglada para gustar a los demás. Sumisa, complaciente, forzosamente sonriente. Es la mujer cuidadora, abnegada y sacrificada, casi siempre una “supermujer” que debe trabajar, cuidar y llegar a todo. Es la «imagen patriarcal” de la mujer, en palabras de algunas feministas.
Otro, el de la mujer independiente e insumisa, fuerte, que busca e incluso antepone su felicidad o bienestar al de los demás. No se pinta ni se arregla, para no dejar de ser ella misma y se siente libre para manifestar su rabia o descontento.
Me parece un reduccionismo incluir a todas las mujeres en dos modelos o estereotipos extremos. Las complejas circunstancias sociales y económicas de las mujeres de carne y hueso, desmontan este planteamiento. La realidad es que hay modelos de mujer para todos los gustos.
Sí, la realidad en muchos países y culturas está encarnada en miles, millones de mujeres imperfectas, que no necesitan forzar su sonrisa, libres para elegir si quieren pintarse o subirse a los tacones, para renunciar o no a su vida profesional aunque la mayoría de las veces mande la necesidad y no el gusto, y libres para enseñar a respetar sus necesidades y proyectos.
Muchas de estas mujeres forman parte del «club de las malasmadres». Esta “comunidad emocional 3.0” de 700.000 mujeres se ha convertido en un movimiento tendencia que desmitifica la maternidad y rompe el estereotipo de la “madre perfecta” con gran sentido del humor. Tienen una lucha común, que es la conciliación.
El cuidado nos realiza como personas y es un bien social
¿Tiene el cuidado la culpa del sentimiento de culpa de la mujer? ¿Es la culpa un mecanismo social encargado de destruir los deseos y realización personal de la mujer?
Los seres queridos, las personas con las que nos relacionamos, el hecho de ser ciudadanos, nuestro trabajo… reclaman nuestra dedicación y cuidado. La necesidad de cuidar nace de nuestra relación vital con las personas, de nuestras circunstancias de vida.
Aunque para poder cuidar, tenemos que cuidar también de nosotros mismos. Cuidar nuestro descanso, nuestra salud física y mental, nuestros sentimientos y las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen.
¿Tiene el cuidado la culpa del sentimiento de culpa de la mujer? ¿Es la culpa un mecanismo social encargado de destruir los deseos y realización personal de la mujer?
Es una utopía pretender «liberarnos» de cuidar o cuidarnos y del esfuerzo que esto comporta. Nuestra respuesta a la necesidad de cuidar es libre y se llama entrega. La mujer (y el hombre) no solo se entrega y sacrifica por su cónyuge o familia, también lo hace por un trabajo, por sus amigos, por hacer realidad un proyecto social… Es bueno entregarse para custodiar nuestro mundo y cuidar de otros, es un bien irrenunciable que nos realiza y aporta valor a la familia y a la sociedad.
Es bueno entregarse para custodiar nuestro mundo, cuidar de otros, es un bien irrenunciable que nos realiza y aporta valor a la familia y a la sociedad
También es cierto que, aparte de la necesidad vital de cuidar y la respuesta que demos, los planteamientos socioculturales han focalizado en la mujer el trabajo del cuidado y en muchos casos se ha visto forzada a la abnegación. Esta cultura está empezando a cambiar y se está planteando reconocer este trabajo como un bien social de primer orden, así como redistribuir las tareas que lleva consigo.
Junto a estas justas reivindicaciones, desde las instituciones públicas se debería conceder una remuneración cuando el cuidado no sea compatible con un trabajo profesional que proporcione medios económicos. En nuestro país se ha articulado la concesión de ayudas económicas mediante la Ley de Dependencia. Aunque es una medida insuficiente para cubrir la necesidad social existente y siga siendo patente el injusto reparto del dinero público, es un paso más hacia el cambio.
La cultura está empezando a cambiar y se está planteando reconocer este trabajo como un bien social de primer orden, así como redistribuir las tareas que lleva consigo. Sin embargo, estas justas reivindicaciones deberían ampliarse a recibir una remuneración
Sin embargo, esta imposición sociocultural del cuidado no es la única responsable del sentimiento de culpa de la mujer. Además de compartir el cuidado, de modo que no afecte a su salud, su vida y autonomía personal, la mujer debe confiar en que puede ser dueña de ese sentimiento, para gestionarlo en beneficio suyo y de su entorno.
Esta idea de liberarse de la culpa es muy seductora pero difícil de lograr. En situaciones normales, claro está, pienso que la clave está en dar una respuesta compasiva, no agresiva, a las distintas oportunidades de prestar cuidados que se nos van presentando en la vida.
Esa rabia contenida que comentaba al principio, puede nacer en ocasiones de un sentimiento de agresividad, sobre todo cuando se han sufrido o se sufren injusticias. Sin embargo, una respuesta compasiva ante las llamadas justas o convenientes de los demás, genera serenidad y comprensión. Incluso despiertan ternura cuando advertimos que quienes esperan algo de nosotros, están muy necesitados.
Esta actitud de verdadera apertura al otro no es debilidad. Al contrario, supone fortaleza de ánimo. No implica actuar como siervos o de modo servil, sino elegir libremente servir. A esta libertad interior solo se puede llegar cuando en nuestras intenciones manda el amor.
La actitud de verdadera apertura al otro no es debilidad. Al contrario, supone fortaleza de ánimo
¿De qué ataduras queremos liberarnos? De las injustas y dañinas, sí, pero no de los reclamos incuestionables y legítimos o al menos comprensibles de los demás, que nos ligan a ellos.
“Amor es aquella cosa que pone en servidumbre a los libres y da libertad a los siervos”, escribió el filósofo Ramón Llull. Sabia proposición para comenzar a liberar el sentimiento de culpa.
Referencias
1 Artículo en Yo Dona «Culpables», de Ángeles González-Sinde
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