El concepto que da nombre a esta publicación refleja una de las mayores necesidades del mundo en este momento. La sociedad clama inconscientemente por encontrar su esencia.
Acabo de asistir al congreso sobre el transhumanismo organizado por la universidad Francisco de Vitoria, y desde aquí mi más calurosa enhorabuena a los que lo han hecho posible. En este foro de pensamiento se han puesto de manifiesto los importantes retos que tiene por delante la humanidad. Y desde aquí, me atrevo a definirlos en una sola palabra: esencia.
El mundo clama por su esencia, y las personas que formamos parte de él -en la mayoría de los casos- no somos conscientes de ello. La esencia remite a dos realidades: al bien y a la práctica del bien que se llama virtud.
Desde hace tiempo circulan -y lo hacen cada vez con más intensidad-, dos propuestas de pensamiento paralelas. Por una parte, la vergüenza de ser humanos, y por otra, la aspiración al posthumanismo. Ni una ni otra son novedosas. Ya desde el momento en que la humanidad puso sus pies en la tierra resulta fácil reconocerlas. Recordemos que Adán y Eva en el paraíso sintieron vergüenza de sí mismos al experimentar su desnudez. De muchas formas se puede expresar las consecuencias de no haber respetado el orden natural, pero sobre todo, como fruto de su ambición de saber y poder desobedecieron los mandatos de alguien que estaba por encima de ellos.
La imagen de lo sucedido en el paraíso puede tener diferentes interpretaciones, ahora bien, lo que resulta indudable es que cada día experimentamos sus consecuencias. La humanidad continúa experimentando su desnudez cada vez que se aparta de la «trascendencia».
Otro ejemplo más cercano es Rémi Brague (2019, p. 58) citando a Dostoyevski que escribió en 1864 “incluso nos molesta ser hombres, hombres de carne y hueso; nos da vergüenza, lo consideramos como un oprobio y soñamos con llegar a convertirnos en una especie de seres abstractos universales”.
Lo que está claro es que necesitamos del bien y de la virtud para no perder la buena dirección del existir. Aristóteles dice que es más útil el bien que se puede generar, que la idea de bien en sí misma. Esto me recuerda un comentario que hacía recientemente Santiago Marín: “hacer el bien posible es lo que da sentido a mi vida”. ¿Hay algo más humano que eso?
Por otro lado, desde hace tiempo he dedicado un importante espacio en el discurso a poner de manifiesto la diferencia entre valores y virtudes. Que duda cabe que todos nos sumamos a los valores, los aplaudimos, los deseamos, tanto para nosotros como para los demás. Pero ¿los vivimos? ¿Cómo se denomina el bien vivido? La respuesta es sencilla. El bien vivido son las virtudes. Esta palabra que procede del latín virtus,virtutis: fuerza, fortaleza, gozne, y de ahí la palabra “esfuerzo”. Uno de los padres del método sociológico, Émile Durkheim (1958-1917), hace hincapié en ello. Para este autor, los valores no pasan del nivel de la propuesta, mientras que las virtudes corresponden a la ejecución de los mismos.
¿Cómo se denomina el bien vivido? La respuesta es sencilla: El bien vivido son las virtudes.
Si la lectora y el lector han sido capaces de llegar hasta este punto del artículo, disfrutarán mucho de lo que viene a continuación.
Me ha encantado que en el citado congreso se ha hablado mucho de virtudes. Podría decir que esta idea ha estado presente en el discurso de la mayoría de los ponentes, si no de una forma explícita, sí de forma implícita. Y, es que el arma que tenemos para no perder la esencia, y no caer en la autodestrucción está en luchar por seguir siendo nosotros mismos. Frente a la cultura de la desnaturalización a la que estamos asistiendo, no queda otra opción que defender nuestra esencia. Pocos están siendo conscientes de ello.
La crítica al antropomorfismo comienza en Galileo para quien el hombre no está del todo en su sitio. Hoy encontramos lo que muchos llaman Antropoceno. Manuel Arias Maldonado (2018), profesor de la Universidad de Málaga en su Teoría del Antropoceno lo define así: «la naturaleza del planeta, la más superficial y fenoménica, está bajo la influencia de la especie humana, sostenida y agregada en el nivel de la especie desde hace miles de años y luego intensificada desde la industrialización. Por eso se puede hablar de fin de la naturaleza, del final de su estado salvaje u originario, separado del ser humano. Pensemos en el cambio climático, que es un agente de influencia global de origen antropogénico. Es así más razonable hablar de un entramado socionatural, de la progresiva hibridación de lo social y lo natural, antes que mantener la ficción de que la sociedad está a un lado y la naturaleza a otro. Por añadidura, los espacios semivírgenes pueden protegerse e incluso expandirse en el marco de una gestión consciente del planeta y sin tratar de «volver» a una pureza natural perdida ya en el pasado».(Arias Maldonado, 2018)
Me he permitido una cita tan larga porque me parece que merece la pena. No me cabe la menor duda sobre las bondades de la vuelta a los orígenes a la esencia de la que venimos hablando. Pero la búsqueda de esa pureza original nos lleva necesariamente a reconocer que algo pasó para que todo se desordenara…¿no?
Me encantaría dejar abierta la pregunta para entrar en diálogo con las Woman Essentia…
¿Qué pensáis?
Referencias
Arias Maldonado, M. (2018). Es ridículo utilizar el Antropoceno para demonizar el capitalismo. Recuperado 26 junio 2021 desde https://elcultural.com/Manuel-Arias-Maldonado-Es-ridiculo-utilizar-el-Antropoceno-para-demonizar-el-capitalismo
Brague, R. (2019). Manicomio de verdades. Ediciones Encuentro.
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