Echar un vistazo de vez en cuando a grandes personas de la historia contribuye a descubrir a mujeres impresionantes, como es el caso de Olympe De Gouges. Cómo definir a esta mujer… ¿Intelectual? ¿Activista? ¿Politóloga adelantada a su tiempo? ¿Heroína? ¿Perdedora de causas nobles? ¿Fundadora europea del feminismo? O… ¿Soñadora idealista?
Destaca por ser escritora y además «divulgadora». Escribía panfletos sin fín que distribuía por todo París. Su obra sorprende por la intensidad de sus últimos años. Prolífica en correspondencia epistolar, así como escritora de obras de teatro y ensayos sociales.
Se nos descubre una mujer inquieta, valiente. Sin muros, ni interiores ni exteriores. En definitiva, una mujer resuelta y rompedora para su tiempo.
Escritora rebelde, y precursora del verdadero feminismo, de ese que habla a la par de hombres y mujeres, exigiendo mismos derechos y deberes ¡En 1791!
Tras indagar un poco sobre su vida destaca la famosa y retadora «Déclaration des droits de la femme et de la citoyenne» (Declaración de los derechos de las mujeres y de la ciudadanía, septiembre de 1791).
¿Qué ocurriría si esta mujer saliera de la tumba –pegada su guillotinada cabeza al cuerpo–, y echara un vistazo a la mujer del S. XXI?
Probablemente se escandalizaría y exclamara: «¡Involucionistas! ¡No sólo no habéis avanzado, sino retrocedido!»
Olympe tenía referencias claras y firmes. Ella, mujer nacida bajo el sistema feudal y testigo directo de la Revolución de revoluciones sociales como fue la francesa, creía en la Ley natural; en las leyes ordenadas y absolutas de la naturaleza; en la razón razonada y razonable; en que la soberanía del pueblo la ejerce la ciudadanía; y creía en el Ser Supremo.
Sentido común… a ambos sexos
A lo largo de su andadura nada comprendida, encontró apoyo también en algunos hombres. En la última década del siglo XVIII, la posibilidad de pensar en conceder algún tipo de derecho a la mujer simplemente ni se consideraba. Pero Olympe, sí se lo tomó en serio.
Uno de los líderes girondinos, Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet, fue una clara excepción en apoyo de nuestro personaje. Él sostenía: «Sería difícil probar que las mujeres son incapaces de ejercer los derechos de la ciudadanía. ¿Por qué los individuos expuestos a los embarazos y otras indisposiciones pasajeras serían incapaces de ejercer derechos que nadie ha soñado con negar a las personas que sufren de gota todo el invierno o que se resfrían con facilidad?» (Joan Wallach Scott, Las mujeres y los derechos del hombre. Feminismo y sufragio en Francia, 1789-1944).
La razón razonada
Esta mujer de provincias que llegó a París tras ser casada a los quince años con un hombre muchísimo más mayor que ella, salió espantada del engendro, y su vivencia fue determinante en su pensamiento e ideales.
Se nos presenta tan luchadora como femenina, sin renunciar al encanto propio de la mujer: «En consecuencia, el sexo superior en belleza y en valor ante los padecimientos maternos reconoce y declara…» escribió en el preámbulo de la famosa Declaración.
El espíritu de cómo escribía Olympe reniega de ese extraño feminismo desnaturalizador que nos acecha, quizá De Gouges en nuestros días se hubiese mostrado proclive al feminismo razonado y razonable, más propio de mujeres que encarnan el rostro más equilibrado.
Ese feminismo que incluye al hombre y expresa: «Me encanta cómo muchos hombres se han sumado a nuestra causa por la igualdad y la conciliación».
En realidad es el instinto de conservación lo que fluye de forma desequilibrada por el feminismo actual
Trato de unirme a las inquietudes profundas de nuestra protagonista Olympe y, entiendo que una mujer leída e instruida para la época, no sabemos bien si resultó culta por ser hija de poeta, o bien, por ser hija ilegítima del rey, dada la disparidad biográfica. El caso es que De Gouges buscó soluciones y alternativas, y supo expresarlas, a tal grado que murió precisamente por ello: por ser libre y expresar sus ideas.
Instinto de conservación
Lo que subyace claramente en todo reclamo feminista, sea pasado o actual es asegurar la incertidumbre de la vida. En realidad es el instinto de conservación lo que fluye de forma desequilibrada por el feminismo radical actual.
Por eso afirmo que si ésta mujer se asomara a nuestro siglo se llevaría las manos a la cabeza. Aún hoy leemos espacios donde se reclama el sueldo a las amas de casa. Luego, ¿seguimos en un sistema feudal pero disfrazado de bienestar social?
Ponderar el escrito de De Gouges me ha despertado simpatía y comprensión por las mujeres del pasado, sufridoras de incalculable valor para la humanidad. Pues «los casamientos forzados» no obedecían sino al instinto de conservación de unos padres por sus hijas. El modo de vida no daba para más. Y así la lista de lo que a nuestros ojos hoy vemos como atrocidades, adquieren otra comprensión.
Clasismo e hipocresía
Es sabido que nuestra amiga Olympe fue una luchadora denostada contra la esclavitud de los negros. Dicha lucha le acarreó no pocos disgustos y muchos buenos amigos. Según se lee en alguna web de corte marxista: «los lobbies opresores de la corte cargaron contra ella…»
Pues si Olympe De Gouges emergiera en nuestro siglo y contemplara la discriminación hacia las empleadas del hogar al negarles el derecho al subsidio de desempleo, seguramente gritaría el artículo 6 de su Declaración:
(6) La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y Ciudadanos deben participar en su formación personalmente o por medio de sus representantes. Debe ser la misma para todos; todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser iguales a sus ojos, deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y sus talentos.
(15) La masa de las mujeres, agrupada con la de los hombres para la contribución, tiene el derecho de pedir cuentas de su administración a todo agente público.
Así que para disgusto nuestro y con humildad, el feminismo actual tendría que agachar la cabeza si estuviera en presencia de Olympe y escuchar su reprimenda: ¡Clasistas involucionistas! ¡Hipócritas! ¡No sólo no habéis avanzado, sino retrocedido!
Es decir, para la mentalidad de Olympe De Gouges, los legisladores y activistas que promueven las ideas y los cambios en el mundo del siglo XXI, serían algo así como reproducciones de Robespierre, todo lo políticamente correcto, ya se sabe.
La heroica francesa elegiría que le volvieran a cortar la cabeza antes que ver el mercadeo de mujeres para contratar vientres de alquiler, porque ella lo denunciaría.
O preferiría exiliarse a la isla presa con el Conde de Montecristo antes que votar al aborto como una posibilidad legal. Y se embarcaría junto a los negros en los barcos de comercio de esclavos para gritarles que son seres humanos. Vomitaría antes que dar vueltas con una cucharita a un vaso de agua con arsénico para cargarse a su padre, madre, hijo, o anciano enfermo.
O hubiera donado dinero de sus libros best seller para fundar cabañas en bosques y así dar acogida a miles de mujeres traficadas por las mafias. Sin duda, sería una luchadora contra la permisividad legal de la prostitución, trata de mujeres y todo lo que encierra.
Feminista exigente
Tras enumerar con razonamiento coherente el listado de artículos de la Declaración por los derechos de la mujer y la ciudadanía, De Gouges ejecuta un final de sinfonía al más puro estilo Berlioz y grita: «Mujer ¡Despierta! El arrebato de la razón se hace escuchar en todo el universo; reconoce tus derechos. El poderoso imperio de la naturaleza ya no está más rodeado de prejuicios, de fanatismo, de superstición y de mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la tontería y de la usurpación. El hombre esclavo ha multiplicado sus faenas, ha tenido necesidad de recurrir a las tuyas para romper sus hierros. Volviéndose libre, él se volvió injusto hacia su compañera ¡Oh mujeres! Mujer, ¿cuándo cesará tu ceguera? ¿Qué ventajas has obtenido de esta Revolución? Un desprecio mayor, un desprecio más pronunciado. Durante siglos de corrupción tú solo reinaste sobre la debilidad de los hombres. Tu imperio está destruido: ¿qué te queda? ¿La convicción de que los hombres son injustos? Reclama tu herencia, ese derecho fundado en los sabios decretos de la naturaleza; ¿Qué puedes temer de una empresa tan buena?»
¿Cómo sería hoy Olympe? No sabemos. Me inclino a pensar que quizá sería de esos intelectuales brillantes y sus libros best sellers, pero olvidada social y mediáticamente por sus verdades.
¡Sí, Olympe! Llevas razón y contigo decimos: Mujer ¡Despierta! El sexo superior en belleza y en valor ante los padecimientos maternos debe exaltar su esencia vital, razonada y razonable, amable y convincente, valiente y decidida, segura y equilibrada. En armonía perfecta con el compañero de viaje designado por el Ser supremo.
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