Nos gusta poner etiquetas sin conocer más allá de una persona. En la sociedad solemos hablar de ricos y pobres, de gente de éxito y poder y gente que no alcanza ciertas metas, de la equivocación, fracaso o falta de empuje. A día de hoy, y con un solo clic hacia las redes sociales o tan solo mirando a nuestro alrededor, somos conocedores de ello; también los niños. Generalmente suele vincularse el estado de felicidad al primer grupo, dando por hecho que lo material y la buena condición lo es todo y lo consigue todo. Pero, deberíamos mirarnos las entrañas y recordar nuestro esfuerzo y tesón trasladándose a batallas. Desde luego, unas se ganan y otras no. No obstante, eso es la vida y eso significa cada individuo. Nunca todo es igual, tampoco permanece exacto e inquebrantable y eso no es malo.
Un ejemplo de motivación, comunicación positiva, esfuerzo y menor miedo al fracaso para los niños, se deduce de un estudio publicado en la Asociación Americana de Psicología hace unos años, reveló que aquellos niños a los que se les informaba que iba a tener lugar un aprendizaje complicado con posibilidad de fracaso, alcanzaron resultados más óptimos que a quienes no se les había comunicado.
Carlos Javier González Serrano, profesor de Filosofía y Psicología en Secundaria y Bachillerato en el Colegio San Gabriel de Madrid, asegura que el éxito se premia, sobre todo el de tipo laboral y económico, algo que puede suponer un enfrentamiento con otro. “El hiperindividualismo de nuestros días nos invita compulsivamente a considerar el éxito como la derrota del otro. Parece que no pueden existir las dinámicas de solidaridad y cooperación. Y eso parece poder justificarse bajo un egoísmo racional, comprensible y recomendable”.
Este director de proyectos culturales recuerda a Albert Camus, escritor y filósofo francés, quien comunicó a un grupo de jóvenes a los que impartía una conferencia: «No os predicaré la virtud, sino pasiones. No cedan cuando les digan que la inteligencia está siempre de más, cuando quieran demostrarles que está permitido mentir para tener éxito. No cedan y habrá libertad y pasión por la verdad».
En el fracaso y la equivocación hay aprendizaje
González Serrano afirma que, en el fracaso y la equivocación siempre hay aprendizaje. Aunque añade que lo importante es no estigmatizar el error, sí fundamental señalarlo. “Las equivocaciones son necesarias para progresar cognitiva, intelectual y, sobre todo, emocionalmente”.
En opinión del docente en Filosofía, los progenitores o los profesores deben ejercer su potestad a la hora de mostrar aquello que puede ayudar a progresar en todos los ámbitos, esto es señalar el error. “Señalando el error, no solo se puede mejorar, también se cuestiona uno el mundo, incluso a nosotros mismos”.
En lo concerniente al niño, cada uno es diferente y en base a ello, el experto en educación, indica que es conveniente “saber recompensar los esfuerzos de cada individualidad”. “No todos podemos seguir los mismos estándares y con el mismo grado de desempeño ni al mismo ritmo. Por esto resulta imprescindible señalar los errores sin estigmatizarlos ni condenarlos, considerando las características personales de cada menor. Acostumbrar a los niños a reconocer sus propios errores los entrena emocional y afectivamente para no considerar sus equivocaciones como fracasos, sino como pasos necesarios en la vida”.
El también conferenciante destaca que no podemos controlarlo todo, pese a deseos o voluntades. “A lo largo de la vida se nos presentan numerosos obstáculos. Cuando fomentamos este perverso y peligroso voluntarismo mágico (‘si no tienes éxito es porque no trabajas lo suficiente’, ‘cambia y cambiarás el mundo’, ‘eres dueño de tu destino’ …), encadenamos y culpabilizamos emocionalmente al niño o joven sin permitirle reconocer que el fracaso, la frustración y el error son pasos necesarios en cualquier biografía. No todo depende de nosotros, pero el cambio sí comienza con nosotros. Es prioritario entender y hacer entender esto”.
Fomentar la motivación en el niño y joven
Respecto a la motivación en niños y adolescentes, el profesional es tajante y aunque considera que hay que fomentarla, no ha de ser a cualquier precio, sobre todo, en la etapa de la adolescencia. “Los jóvenes deben saber que se enfrentan a problemas que, en muchas ocasiones, tienen raíz social, económica o política. A partir de esta constatación necesaria, hay que mostrar a niños y adolescentes todas las posibles vías con las que cuentan para, sobre todo, desarrollar sus potencialidades intelectuales y emocionales, lo que puede desembocar en un adecuado desempeño laboral”.
“Lo importante es no poner el acento en el éxito económico. A fin de cuentas, el éxito es poder contar con las posibilidades para encontrar nuestro sitio en el mundo”, concluye González Serrano.
Algunos niños escuchan desde pequeños expresiones que les dañan y confunden en cuanto a no alcanzar una meta o algo esperado por otros. Y con esto llegan a percibir, no solo que es su culpa, sino que lo que han hecho es de ser un ‘perdedor’ o sujeto poco válido.
“Hablando de éxito, parece no ser suficiente nunca y ello da lugar a dinámicas de exigencia y perfeccionismo, con la consecuente frustración y hastío que esta forma de vivir provoca”, explica Paula Rambaud Quiñones, psicóloga general sanitaria en MindUp Psicólogos.
La experta subraya que los padres deben hablar con normalidad de los errores, de fracasar en el intento de conseguir algo y de cambiar de planes varias veces para conseguir algo. “Incluso es crucial asumir que no se va a llegar a algo y ‘tirar la toalla’, algo tan criminalizado socialmente”.
Creer ser un ‘fracasado’ afecta a la autoestima y confianza
“Si consideramos ser unos ‘fracasados’ o ‘mediocres’ se da la llamada ‘autoprofecía cumplida’, en la que la falta de motivación que esa etiqueta implica es la que nos impide conseguir lo que nos proponemos, volviendo a fracasar y confirmando la etiqueta. Esto afecta directamente a la autoestima y a la propia confianza para iniciar nuevos retos”, sostiene esta psicóloga.
Para Rambaud Quiñones, aprendiendo en la infancia que los errores no son malos (aunque sí las consecuencias y emociones asociadas) pueden prevenirse ciertas situaciones. “Para enseñar a los niños que ‘de los errores se aprende’ se han de incluir en nuestra comunicación con ellos frases como: ‘¿crees que puedes aprender algo de lo que ha pasado?’, ‘¿lo harías ahora de forma diferente?’ o ‘¿qué crees que podrías cambiar la próxima vez que lo hagas?’. Eso ya es un aprendizaje”.
La profesional suma que cuando algo va mal, para no trasmitirles culpa, las familias deben expresarles que lo han hecho lo mejor que han podido en ese momento o ‘en aquel momento no sabías lo que sabes ahora y gracias a ese fallo estás aprendiendo mucho’”.
Rambaud Quiñones remata aconsejando validar el error y las emociones negativas asociadas, aprendiendo que está bien hacer las cosas de un modo imperfecto y también lo es estar mal. Con ello -aclara- se preserva una autoestima sana y se promueve una positiva sensación de autoeficacia a la hora de enfrentarse a nuevos retos y situaciones.
Los progenitores deben evitar proporcionar una ayuda no solicitada y permitir a sus hijos errar e intentarlo (sin compararles con otros) aunque los acompañen y posibiliten que se desarrollen en un ambiente de amor, calma, confianza y seguridad.
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