Cuando digo ¡Que afortunada eres mamá! No sólo pienso en tí sino en tantas mujeres que como tú dieron a luz muchos hijos. Bueno, en tu caso no fuimos una tropa, pero sí unos cuantos: 6.
También pienso en aquellas que quisieron tener más y no pudieron, o ni siquiera pudieron concebir uno. Sois la generación de las niñas de la posguerra. La de las mujeres que se casaban con lo puesto y, los muebles básicos con la ilusión de poco a poco ir completando la casa de sus sueños o de sus posibilidades.
Cuando te enteraste de mi llegada inesperada ya «habías cumplido», cinco seguidos y a los 28 madre de familia numerosa. Preparabas una oposición y… llegué yo. A los pocos años llegó la abuela a casa, con su parkinson y tú, una vez más lo asumiste, con seis hijos y cuidar de tu madre hasta que murió. Así que de haber trabajado no sé cómo lo hubieses logrado. No lo sé yo era pequeña.
Sé que a ti no te importó demasiado o quizá sí, no me lo contaste, ni tampoco te hiciste la víctima. Vives la vida como Dios te la va disponiendo, así sois las de tu generación, llevando por bandera la abnegación por el bien mayor, la familia.
El amor se multiplica, siempre concede beneficios
Lo cierto es que de haber trabajado hubieras tenido una buena pensión, porque aunque tú no lo sepas, cuidarte bien, bien, como tú te mereces implica gastos grandes. Y vuelvo a lo afortunada que eres, al tener hijos, tu cuidado es posible materialmente.
Esa es una de las lecciones de tu sacrificio que hoy tú no ves, pero nosotros sí. Al dejar de opositar en la España de los 60 por ser madre de familia numerosa, se perdió un sueldo más en la familia, pero cuando lo has necesitado han llegado apoyos de los sueldos de tus seis hijos. Es decir, el amor se multiplica, siempre concede beneficios.
Tú, y las de tu generación que padecéis enfermedades degenerativas, sois afortunadas porque de entre tanto hijo siempre habrá alguno o algunos que querrán cuidarte bien, como tú a nosotros. Y pienso en las mujeres del futuro que no serán tan afortunadas como vosotras.
Leer el artículo de Nicolás de Cárdenas, nuestro colaborador, ‘Donde te planten, florece’ me ha llevado a esta conclusión: Las mujeres –madres de pocos hijos o ninguno–, de las próximas décadas lo van a tener mucho más difícil que vosotras. Recalco, más difícil, no imposible, porque el amor todo lo puede. No es cuestión del número de hijos sino de la carga de amor.
El amor es lo opuesto a la obligatoriedad, ésta se agota, se cansa, se rinde, es calculadora, alguien que actúa por obligación y no por amor es como el cargador de almacén con fardos a cuestas.
Con pocos o muchos hijos la cuestión se dirime por el amor, poco más.
Porque las reglas matemáticas siempre cuadran, a mayor edad más expectativa de vida, eso es muy bueno porque vivimos más años, pero también conlleva más probabilidades de desarrollar alguna enfermedad degenerativa, por lo menos en un espectro más o menos amplio de la población. Y a mayor número de hijos más posibilidades hay de ser cuidados en el hogar.
Las residencias son una necesidad, hay tantas circunstancias como personas, y sin duda suponen el mejor regalo para situaciones familiares complicadas. También es deber del Estado garantizar, sobre todo en las personas sin familia directa, su cuidado y atención al mejor nivel posible. Y como bien sabemos, ahí el Estado español suspende.
Volviendo a tí y a las de tu generación, fuisteis muy libres que no libertarias, me refiero a esa libertad real, con las influencias culturales y sociales de la época, normal. Y eso os condujo creo yo, a llevar el respeto al extremo, me explico. Es muy sorprendente el salto mortal en pensamiento y costumbres entre vosotros y la generación de vuestros hijos, no digamos de vuestros nietos.
No sé cómo interpretarlo trato de valorar vuestra forma de entender la libertad y el respeto. Sin embargo, estas nuevas generaciones hemos salido menos generosas, menos sacrificadas, más individualistas y materialistas, como denominador común.
No hay más que escuchar con mucha preocupación a psiquiatras y psicólogos, «la soledad y aislamiento de las personas adquiere grados inasumibles». Vemos con espanto cómo en Inglaterra se crea el «Ministerio de la soledad» para paliar esta realidad social dantesca.
Sí, mamá, sí, eres muy afortunada y todo porque fuiste madre, luego abuela y más tarde bisabuela. De eso tú hoy ya no puedes hablar, pero es tu verdad verdadera y haciendo mío algún refrán popular: «De lo que sembrares, cosechares» y así ocurre contigo.
Deseo que así suceda con tantas personas, hombres y mujeres, en tu situación y que como decía el santo de Fontiveros se cumpla lo de: «Pon amor donde hay amor y sacarás amor».
Y desearía que así le ocurra también a las abuelas y bisabuelas del futuro con enfermedades degenerativas, que cuenten con hijos que les quieran cuidar. Ese y no otro será el mejor regalo para un padre y una madre.
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