«REINICIAR…», significa comenzar de nuevo. Volver sobre alguna tarea en el punto en que la dejamos. El verano, julio y agosto, es siempre un tiempo de impasse: se detiene el ritmo normal de la vida y entramos en estambay, aflojamos la agenda por necesidad de descanso y se justifica casi todo: porque casi todo lo dejamos para septiembre. Por eso, septiembre es un mes que provoca cierta ansiedad. Si no lo afrontamos bien equipados, puede convertirse en un muro infranqueable.
¿Cuál es la tarea que debemos reiniciar en septiembre? Seguramente, ya hemos llevado nuestra memoria a todas las tareas que tenemos pendientes: trabajo, escuela, universidad, revisión médica, arreglo de armarios, incluso visitas que deberíamos haber hecho y que nuestra conciencia ha dejado… para septiembre. Ante tantas tareas, el agobio se apodera de nosotros y podemos bloquearnos. La informática nos aconseja, cuando se bloquea el ordenador, pulsar reiniciar. Podemos desbloquear nuestro agobio al darnos cuenta que en realidad solo tenemos una tarea pendiente. Y que esta tarea soy yo mismo. Sí ¡yo soy mi tarea! Luego, todo está en mis manos.
Septiembre es un mes que provoca cierta ansiedad. Si no lo afrontamos bien equipados, puede convertirse en un muro infranqueable.
Un ejemplo sencillo: quizás hemos visto un abanico al que se ha roto la anilla que une todas las varillas y que hace posible que se desplieguen armónicamente: ¡no sirve y se tira! Nuestra vida se despliega en múltiples tareas, a veces hablamos de «abanico de posibilidades». Pero, lo importante no es el número de varillas o tareas que se despliegan ante mí; lo verdaderamente esencial, es que todas estén unidas a una anilla que las hace desplegarse con ritmo. El problema no nos viene porque tengamos muchas tareas para septiembre, la cuestión es que, a veces, nos falta desplegarlas desde la armonía interior de mí mismo: yo soy la anilla. Si yo fallo, el abanico de mi vida, se desparrama en tareas dispersas, varillas sueltas que me agobian y me aturden.
¿Cómo conseguir esa armonía interior que serena la vida y que nos impide el agobio ante tantas tareas pendientes? Otra imagen sencilla nos puede ayudar: si, al que está detrás de una ventanilla resolviendo dudas en un organismo, le presentarán todos los dudosos de frente, formando como una fila horizontal, se aturdiría y echaría el cierre; pero, si los que van a preguntar guardan una cola ordenada, el oficial de la ventanilla solo tiene ante sí una persona a la que atender y por lo regular no alcanza a ver la longitud de la fila de los que esperan. La fila es un resorte psicológico para aliviar el trabajo. Pues eso… pongamos nuestras múltiples tareas en fila y concienciémonos: haré una cosa detrás de otra, hasta el anochecer. Luego se grita ¡rompan filas! Y dormimos en la tranquilidad del trabajo bien hecho no en el insomnio inquieto del trabajo pendiente.
Insistimos, ¿cómo conseguir esa armonía interior para que no se rompa la anilla del abanico de mi vida? Después del orden de prioridades, hay que trabajar unas actitudes sencillas, que hoy están muy en desuso o mal entendidas. Casi siempre, nuestras tareas tienen mucho que ver con las personas. Septiembre es un mes propicio para reiniciar nuestras relaciones: algunas de las que hemos descansado, ¡y a veces decimos: gracias a Dios!, y otras que deseamos reiniciar. ¿Pero cómo hacerlo sin que el agobio o la angustia nos trabe?
Si vivimos nuestra vida en la epidermis de las redes sociales, la emoción termina ahogando la razón y nuestra vida se convierte en una montaña rusa de sentimientos.
Vivimos en la «globalización de la superficialidad», descuidando la interioridad y la profundidad. Si vivimos nuestra vida en la epidermis de las redes sociales, la emoción termina ahogando la razón y nuestra vida se convierte en una montaña rusa de sentimientos. Las redes sociales van imponiendo su óptica tiránica del derecho de todos a opinar de todo, olvidando el deber de informarse bien y observar unos criterios éticos mínimos: el ¡vale todo! genera una violencia de palabras y de gestos sin precedentes. En las redes sociales, «el insensato no piensa, pero difunde sus ideas». Controlar, e incluso evitar a veces por salud, las redes sociales, dejar voluntariamente el móvil sin batería, nos llevan a mirar más hacia la propia intimidad, a custodiarla como algo precioso, que no puedo colgar, sin pudor, a la intemperie: ¡Quien muestra la fachada de su casa, disimula la inhabitabilidad de su interior! Sin embargo, este mundo superficial es paradójicamente un mundo sediento de interioridad y sentido. Si reiniciamos septiembre trabajando nuestra interioridad, viviremos más gratamente, reiniciando relaciones saludables.
Nuestra fe es una rica herencia que no podemos administrar de forma tacaña, solo para nosotros mismos, sino que debemos ofrecerla generosamente a quien aún no la tiene y está abierto a recibirla. Septiembre nos invita también a reiniciar nuestra vida de fe: a volcarnos en el cultivo de la vida interior y la construcción de un entorno menos superficial y más profundo, menos emocional y más razonable, menos intransigente y más flexible, menos violento y más pacífico. Si nos asomamos a las redes sociales desde una interioridad habitada, proyectaremos en sus círculos palabras positivas e ideas constructivas: amaos, perdonad, no juzgad…
Quizás volvemos del descanso, «más cansados». El peor cansancio es la autofatiga: comenzar septiembre cansado hasta de mí mismo, porque he agotado ya todas las poses superficiales en las que mostrarme y siento el vacío interior como una amenaza. Con un símil muy veraniego, podemos afirmar que, al reiniciar nuestras relaciones con las personas, estamos invitados a pasar de practicar el surf: experimentar las sensaciones de velocidad y vértigo sobre una tabla que se desliza en superficie, observada por la multitud, a practicar la inmersión: sumergirse en la profundidad de la propia interioridad, en el gusto por la vida espiritual propia y las relaciones creativas desde un pudor respetuoso y sin la necesidad del selfie narcisista. El pudor no es una vergüenza timorata sino una virtud que retiene nuestra animalidad: sin pudor el animal que llevamos dentro se desata. Se trata de evitar una «pornografía del alma».
«Tenía el alma cansada y se volvió apasionada». – Santa Teresa
Hay dos maneras enfermizas de vivir: una vida frenética que me hace pasar sobre las personas sin contemplar su rostro, sólo viendo su perfil y una vida hermética, encerrada en mi yo y construyendo una montaña con una mota de polvo. Contra la frenética y la hermética, la vacuna es simplemente la normalidad de una vida interior rica y bien protegida. Ante los problemas, es sabia idea distanciarnos de ellos para tomar perspectiva; hay que distanciarse hasta del propio cansancio, que a veces es un síntoma de rutina y mediocridad. Santa Teresa, sintetiza su conversión, después de veinte años de convento en esta frase: «tenía el alma cansada y se volvió apasionada».
Reiniciar nuestra vida es apasionarnos de nuevo, despertar los sueños, sin necesidad de volar por las nubes: soñar una vida mejor, aceptando lo irremediable; soñar un matrimonio más enriquecedor, superando la rutina; soñar un círculo íntimo de amigos, más allá del grupo de WhatsApp; soñar que los Reyes Magos vienen en septiembre. No dejes de soñar… ¡habrás muerto!
Sí, las múltiples tareas pueden convertirse en una sola. Y el éxito de su gestión está en mis manos. Pero que no nos agobie la responsabilidad. Si gestionamos nuestras manos desde una rica vida interior, no serán unas manos solitarias, puños cerrados apretando aire, sino unas manos abiertas, tendidas al hermano y sostenidas en las manos de Dios. Y reiniciaremos un nuevo curso, desbloqueando nuestros agobios…
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