Un autor al que admiro afirma que la narrativa está llena de advertencias, y es cierto. Partiendo de las “Fábulas de Esopo”, pasando por “Los tres mosqueteros” y llegando, por ejemplo, a “Cien años de soledad”, los textos creativos ejemplifican en sus personajes distintos arquetipos y comportamientos; nos advierten y previenen de las consecuencias de la candidez, la dejadez u otras conductas; hablan de los amigos y de aquellas personas taimadas que se disfrazan como tales; ilustran virtudes, traiciones y pecados, y las diferentes reacciones que provocan.
En lo relativo a la traición, numerosas novelas la analizan desde diversos prismas. Acuden a mi mente “Anna Karénina” y “La Regenta”. Pero voy a dejar a un lado mis preferencias literarias, para hablar de lo que las advertencias que acompañan a los personajes principales de estas dos novelas suponen para mí: me brindan moralejas complejas, algunas dolorosas como un puñetazo en el estómago, punzantes y lúcidas como la vida misma.
Las dos Anas que lideran estos textos son mujeres frágiles y fantasiosas. Además, ambas constituyen un reflejo de su época: se casan con hombres a los que no aman, ciñéndose al papel resignado de esposa y madre, es decir, a ser una figura ornamental. Hasta que un acontecimiento las despierta.
Un hombre entra en la vida de cada una de ellas como un incendio arrasador. Ambos son jóvenes y encantadores, dotados de carisma y seducción. Por si fuera poco, constituyen la antítesis de sus maridos. Y entonces empieza el juego.
Porque de eso trata esta advertencia: la trama no es solo una historia de adulterio o un espejismo de amor. Para mí, no tengo duda, lo que les sucede habla de la caza. Tanto Vronski como Álvaro son cazadores: disfrutan persiguiendo y acorralando a sus presas hasta que se hacen con ellas. Como un gato con un ovillo de lana, juguetean con su víctima hasta que se cansan y, aburridos, buscan otro entretenimiento. Así, para ellos el verdadero placer reside en la persecución, la conquista, pues una vez alcanzan su meta pierden por completo el interés. Pero para culminar su objetivo amatorio despliegan todos sus encantos: las sonrisas y atenciones, el ensordecedor deseo y, por encima de todo, las falsas promesas de amor acompañadas de la mentira.
Una y otra Ana nunca se sienten tan vivas como cuando esos hombres entran en su existencia, ni tan desgraciadas como cuando la abandonan. Víctimas de su ingenuidad y de la mente mezquina de sus amantes, abandonan la seguridad del hogar para perderlo todo por un falso amor. El dramático final de cada una de estas dos novelas es la prueba latente.
Sufro y compadezco a ambas mujeres, personajes de tinta que –para bien o para mal– se quedaron clavados en mi memoria. La cuestión es que estas víctimas y sus verdugos no viven solo entre las páginas de sus respectivas novelas: con nosotros conviven sus homólogos, que son de ambos sexos y de carne y hueso. Están en distintos ámbitos de nuestra vida: en el laboral, el sentimental y el social. Son seres hambrientos de caza, de conquista, y para lograr su trofeo harán cuanto sea necesario: seducir, engañar y someter. Ese es su peligro y su poder.
En el arquetipo literario reside el aviso, la señal de peligro: hay personas que son solo fachada. Por eso no debemos confiar en falsas sonrisas ni en las promesas apresuradas, sino esperar, escuchar y observar. Y, si es preciso, alejarse con prudencia.
Esther Castell. Ganadora de la III edición
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