«Como un jarrón de porcelana fina que cae al suelo, me rompí en pedazos y renací de cada una de mis cicatrices.”
Celia fue atropellada por un camión de reparto que iba marcha atrás el pasado 15 de diciembre a las 8:32 de la mañana cuando iba a estudiar a la Biblioteca de la universidad.
Después de varias intervenciones y 22 días en la UCI, podemos celebrar que ya está en planta y que no ha perdido movilidad, que se recupera y la operación de columna salió bien: podrá andar, y no tiene afectación medular.
Ese día, en un minuto, cambió la vida de Celia, estudiante de Economics, Leadership and Governance en la Universidad de Navarra.
Pero los jóvenes nos sorprenden y nos dan muchas veces un ejemplo que los mayores no somos capaces de dar, y lo que para cualquiera sería una pesadilla, se ha convertido en una inspiración para ella.
Renacer de las cicatrices
“Unas navidades de sueño, de esas que se preparan por meses, de esas que reúnen a la familia, de esas que te hacen ver el lado bueno de la vida, de esas que te hacen apreciar cada sabor, cada olor, cada segundo. Luces de colores, verde alrededor. Pastas a cada hora. Unas navidades de esas que son únicas, que te hacen ver que son mejores que las anteriores, de esas que parece que solo pasan una vez en la vida, porque son esas navidades las que te dan la vida. Es entonces cuando el sueño se convierte en pesadilla y en tan solo un segundo todo cambia. La familia se reúne, en la sala de espera de un quirófano de urgencias, ves la parte más débil de la vida, ese halo de vida que se esfuma lentamente. El sabor de la amargura, el olor a miedo, cada segundo cuenta. Las luces de colores se convierten en monitores de constantes vitales y el único verde que ves es el de los trajes un tanto desteñidos de las enfermeras. Las pastas se convierten en pastillas y analgésicos. Es un momento único con dos simples resultados; aguantar o marcharse para siempre. Hay veces que la muerte te acaricia la mejilla con los ojos dormidos, te sonríe y te mece dulcemente entre sus brazos, hay veces que la vida te reclama, te impulsa y te anima, te protege y te mima hasta que los ojos se abren. Estas navidades fueron una segunda oportunidad, fueron un recordatorio de cuánto vale cada día, cada segundo que vivimos. Fueron el impulso a reencontrarme con quién tenía olvidado, fue el punto en el que mi vida dio un giro brutal, rompiendo los esquemas, rompiendo planes y me quede ahí, recostada con el cuello girado viendo como entraba la luz por las rejillas de la persiana de la UCI. Fueron estás navidades las que me enseñaron a amar, agradecer, me enseñaron a alegrar. Y es que la vida desde una cama se ve diferente. La vida después de la muerte se ve distinta. La vida debajo de un camión es hermosa, es envidiable. La vida en una ambulancia es esperanza. Esa vida en una sala de urgencias con médicos corriendo de un lado a otro gritando, es incertidumbre. Escuchar a medias todas los peligros vitales que corres, sentada sola en una camilla es miedo. Ver que tus padres están en la otra punta del país es soledad. Escuchar como dicen que no volverás a andar es angustia. Despertarte de repente en una camilla de metal dura y fría y verte rodeada de cirujanos con pañuelos en la cabeza es desesperación. Entonces, con la poca fuerza que queda en tu cuerpo, te ponen una mascarilla y respiras hondo, una vez, dos, tres..... y entonces lo que sientes no se sabe explicar, porque no se llega a sentir. Y en ese periodo en el que no sientes nada, en el que estás sin realmente estar aquí, los sentidos juegan a su gusto, se encienden y apagan como interruptores, hasta que por fin un día, los ojos se abren en una habitación aséptica blanca, con la única posibilidad de observar el techo con las luces apagadas. Aquí la vida, querido mío, son lágrimas, lágrimas de alegría por esa segunda oportunidad, por volver a acariciar la vida una vez más. Como un jarrón de porcelana fina que cae al suelo, me rompí en pedazos y renací de cada una de mis cicatrices.” Celia Canseco Saldaña.
Uno de sus profesores, Jaime Nubiola, al cual Celia tiene mucho cariño, cuenta en Facebook la lección que le ha dado esta chica, sin pretenderlo: “ni una queja, sonriente siempre, a pesar de las repetidas intervenciones y de las múltiples fracturas y contusiones.” Explica además como su madre le contó que Celia le había confiado que lo que hacía eran tres cosas que comenzaban por la letra A: Adorar (a Dios), Alabar ( a todas las personas que le cuidan o van a visitarla) y Agradecer (todos los servicio grandes o pequeños que se le prestan)”.
Quizás el secreto esté en las tres A, que tantas veces olvidamos, porque hay que tener un gran corazón para dar y no pedir en esa situación. De lo que no cabe duda es que esta estudiante nos ha dado a todos un gran ejemplo y será algún día un líder de los que hacen falta, y no porque lo haya estudiado, sino porque lo lleva dentro.
Muchas gracias Celia y Susana (su madre) por vuestra amabilidad y por compartir estos momentos con el mundo.
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