¡Qué fácil es encontrar charlas, conferencias y artículos sobre cómo hacer que tu hijo estudie, coma,… cómo sobrevivir a…, cómo motivar a tu hijo…, cómo hacer para que tenga rutinas, cómo poner límites! Cuando leo la mayoría de ellas me entran ganas de llorar. ¡Qué forma más penosa de entender la educación, la familia y la vida misma!
Siempre pensando en controlar el comportamiento del niño, y los padres y educadores acaban viendo problemas y dificultades pero no personas que se enfrentan a retos propios.
Aunque de esto se podría escribir mucho, desmontando una por una todas esas visiones deformadas, veamos un ejemplo: imagina que llegas cansado al final del día y es el momento de la cena. Abres la nevera y encuentras una longaniza y un huevo. Tienes dos hijos y los dos quieren la longaniza y ninguno quiere la tortilla. Ya tenemos el lío montado pues, aunque lo intentas, los niños se posicionan firmemente en “su” longaniza. ¿Qué hacer? Ahí tenemos al papá o la mamá quien, como si fuera Salomón, propone partir la longaniza y la tortilla en dos. Y ¿por qué hacemos eso?, ¿qué estamos viendo?
De acuerdo, estamos cansados, llevamos todo un día fuera de casa y lo último que faltaba es una discusión por la dichosa longaniza. Longaniza partida, problema resuelto, paz en la casa.
Llega otro día y los dos quieren jugar con el mismo camión. Claro, el camión no se puede partir. Así que la solución pasa por ordenar los tiempos: “ahora tú, luego tú”. O una solución más drástica: “si no sabéis compartir, pues nadie juega”.
Los hermanos se van haciendo mayores y ahora discuten por compartir la ropa, el coche… y el papá o la mamá salomónica lo resuelven. ¿Qué pasará cuando los padres se mueran y haya que repartir la herencia? El papá y la mamá salomónicos intentan dejarlo todo bien atado con la herencia, pero es imposible recoger toda la casuística y se requiere que los hijos sepan compartir, pero nunca se les enseñó. ¿Cuántas familias se han roto porque los hijos no saben compartir? Decir cómo compartir no enseña a compartir. Decir cómo valorar no enseña a valorar. Aprender una suma no enseña a sumar. Aprender pensamientos no es enseñar a pensar. Es como ir en una bicicleta en tándem en la que solo el papá o la mamá pedalea, pero eso no es aprender a ir en bici. Al revés, se incapacita y se crea dependencia. El niño solo será un reproductor de pensamientos, acciones, etcétera y no tendrá recursos para atender la complejidad de la realidad y ya no podrá esperar que su papá desde el Cielo vuelva a resolver.
Siempre controlando. Al niño que no atiende le ponemos en la primera fila para que su campo visual quede lleno de la presencia del profesor y la pizarra. ¿Qué diferencia hay entre esto y ponerle orejeras al burro? Hacer que atienda no es desarrollar la atención.
Siempre viendo problemas que resolver y no personas que atender. Se vicia la mirada y los hijos acaban siendo problemas. Uno se cansa y le surge la sensación de que en casa nada ocurre si no es porque uno mueve el barco. Pero, ¿por qué toma semejante carga? Porque ha visto un problema. Pero ¿había tal problema o uno lo ha creado con su forma de ver la realidad?
Lo dramático no es simplemente que tu hijo acaba siendo un torpe que no sabe situarse ante la realidad, sino que te has perdido a tu hijo. Esto pasa exactamente igual si eres profesor. Te pierdes a tus alumnos, personas con las que puedes crecer.
Ese niño, desde bien pequeñito, cada vez que tenía un problema lloraba y veía cómo superman o superwoman lo arreglaba todo. Ese niño ha aprendido que llorar es pedir ayuda.
Tu hijo llora porque le dices que hay que ir a comer y él estaba jugando. Y ¿cómo vemos eso? Es muy fácil que se acabe pensando que ahí hay una lucha de voluntades. El niño tiene una y, por ejemplo, la madre tiene otra. Tal vez gane la madre, tal vez gane el niño. Muchos artículos te enseñan a torear la situación con alegría y buena cara. Imaginemos que la mamá aplica todas las estrategias de las diversas charlas y conferencias y gana. Luego, el niño, cuando se hace adolescente, ya no se deja torear. Él también tiene sus recursos. La mamá asombrada exclama: “pero qué te pasa, hijo, antes eras muy dócil”. Y el adolescente le podría decir: “no sé de qué te extrañas mamá, solo estoy aplicando lo que he aprendido de ti, cada uno tiene sus estrategias para salirse con la suya. Antes ganabas tú, ahora yo. Es solo un cambio coyuntural. Muchas gracias, mamá, por enseñarme a salirme con la mía”.
Y todo esto ¿por qué? Porque la mamá vio una lucha de voluntades. Pero ¿había lucha de voluntades? ¿Por qué se leyeron los lloros como un desafío? Ese niño, desde bien pequeñito, cada vez que tenía un problema lloraba y veía cómo superman o superwoman lo arreglaba todo. Ese niño ha aprendido que llorar es pedir ayuda. Ese niño, que quiere jugar y le dicen que tiene que ir a comer, vive algo que todos vivimos todos los días, la frustración. Y el niño pide ayuda.
La madre no vio al niño, solo vio el problema que le causaba. Se perdió a su hijo. Al centrarse en la estrategia para que coma se dejó pasar la oportunidad para que el niño afronte por ejemplo la frustración. Pero insisto, lo más grave no es que al niño se le haga inútil para saber capear la frustración en la vida, sino que te has perdido a tu hijo.
Urge descubrir otra forma de educar y vivir. ¿Quieres conocerla?
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