Retrocedamos. Nada más y nada menos que una década. El cineasta argentino Juan José Campanella, conocido por el público por una comedia de excelentes resultados en taquilla (El hijo de la novia), ganaba el Oscar a la mejor película extranjera por un magistral thriller policiaco: El secreto de sus ojos. Desde entonces, su producción –algunos capítulos de series y una cinta de animación- no había brillado especialmente. ¿Sería la maldición del Óscar?
No. No hay ninguna maldición. El cuento de las comadrejas demuestra que Campanella está en plena forma. La película se centra en cuatro ancianos -un matrimonio de actores, un guionista y un director- que se enfrentarán al riesgo de terminar de perder lo que todavía no han perdido por el empuje y las malas artes de una joven pareja.
El cuento de las comadrejas es, en realidad, un remake de una notable película argentina –Los muchachos de antes no usaban arsénico– que tuvo la mala fortuna de estrenarse en una fecha equivocada, en pleno golpe de estado de 1976. Eso no impidió que la película sea considerada una de las joyas del cine argentino. Y, de hecho, hay mucho de homenaje al título original en la cinta de Campanella que se muestra muy fiel al original y muy inteligente en la renovación. En este sentido, es interesante el cambio de paso de Campanella para mutar la guerra interna sobre la que se construye la cinta. Si en el original era la guerra de sexos entre hombres y mujeres, en ésta es la batalla generacional entre ancianos y jóvenes.
También altera Campanella el escenario temático de la cinta que el cineasta argentino transforma en un título cien por cien metacinematográfico. Para eso, el director ha cambiado algunas de las profesiones del cuarteto protagonista para vincularlos a todos al mundo del séptimo arte. Los ágiles diálogos sobre cine salpican el metraje convirtiendo el guión en una inteligente conversación acerca del cine y la vida, la realidad y la ficción.
Por otra parte, la película es una sátira muy negra pero tremendamente divertida y, de nuevo, sumamente inteligente, sobre la vejez: sus limitaciones, su vulnerabilidad… pero también sus luces, el valor de la experiencia y la libertad que da el desapego a tanta cosa aparentemente necesaria cuando se tienen veinte años y, en el fondo, superflua.
Estamos ante una película que tiene muy claro su público: un espectador adulto que valora el cine por lo que tiene de disección psicológica, de construcción de personajes, de espejo de la realidad y de palanca de reflexión sobre las grandes cuestiones de la vida.
El cuarteto protagonista disfruta y hace que el espectador disfrute aún más. El guión es una fiesta de réplicas y contrarréplicas y el ritmo pausado de los ancianos –encerrados en un único escenario- se quiebra continuamente gracias a puntos de giro sorprendentes y que funcionan narrativamente como un reloj suizo: que a esto se parece el libreto de la película.
En definitivamente, Campanella vuelve por la puerta grande y nos deja, además de una divertida sátira, un homenaje al cine y a la ancianidad. Un buen título para la próxima década.
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